martes, 19 de julio de 2011

SABER COMUNICAR







"Jesús propuso a la gente esta parábola: El Reino de los Cielos


se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo ..."



Mt. 13,24



En estos domingos del Tiempo Ordinario, hemos venido proclamando el capítulo 13 de San Mateo, el llamado discurso de las parábolas que nos hablan del Reino de Dios.

De una manera ágil y sencilla, Jesús va exponiendo, o mejor dicho, describiendo, en qué consiste el anuncio del Reino, de cómo éste se va gestando, cómo va aconteciendo en la vida de cada cual y qué opciones son necesarias de asumir para que el Reino se haga una realidad en cada uno.

Jesús se caracterizó por ser un gran pedagogo: Sabía acompañar adecuadamente, les hablaba a los suyos de la vida cotidiana y a partir de ahí de aquello que había escuchado a su Padre, tenía una gran capacidad para empatizar con sus interlocutores y tenía esa fuerza para llevar a un encuentro más íntimo y verdadero en quienes escuchaban su palabra. Desde su Corazón, les hablaba al corazón.

En el fondo era un GRAN COMUNICADOR. Su Palabra era viva y eficaz. Certera, sencilla y cautivadora. Nadie podía quedar indiferente hacia ella. Provocaba, movilizaba, entusiasmaba. Su persona era cautivadora, por lo tanto, no podía ser menos su mensaje.

Me pregunto: ¿Es así también nuestra forma de comunicar hoy el Mensaje? ¿Así también anunciamos la Palabra en nuestra Iglesia? ¿Es entendible lo que anunciamos? ¿Lo hacemos con el lenguaje del pueblo? ¿Nuestros discursos son vitales, cercanos, afectivos y movilizadores de corazones?

Tengo la impresión que no pocas veces nuestra manera de comunicarnos no se hace entendible a la gente. Sea homilías, escritos, comunicados, entrevistas, cartas pastorales, etc. Un lenguaje rebuscado, rimbombante, estrictamente “doctrinal”, abstracto, frío y distante, puede más bien confundir y exasperar a la gente, que cautivarlo y seducirlo como puede ser nuestro propósito.

Todo comunica: El discurso, la persona que lo emite, los gestos y actitudes, los lugares que tenemos, el modo que nos relacionamos, etc. Por eso, para saber comunicar bien hemos de mirar a Jesús, el gran comunicador. Si acaso queremos llegar al corazón de la gente.

Por eso, ¿cómo comunicar hoy?, ¿de qué manera hacerlo?, ¿con qué tipo de mensaje podemos cautivar a los demás?

Recetas pueden haber muchas, pero lo importante será que el Mensaje a comunicar entre en el corazón del oyente. Que este Mensaje movilice corazones y provoque preguntas y compromisos. Un Mensaje que nos haga descubrir nuestras mejores energías y apunte a una fuerza nueva que pueda nacer en cada uno.

Saber comunicar de manera sencilla, vital y profunda como lo hizo Jesús.

Aprendamos de él, el GRAN COMUNICADOR.

viernes, 1 de julio de 2011

PAN NUESTRO DE CADA DIA





“… Oh pan de cada boca, no te imploraremos, los hombres no somos mendigos de vagos dioses o de ángeles oscuros: del mar y de la tierra haremos pan, plantaremos de trigo la tierra y los planetas, el pan de cada boca, de cada hombre, en cada día, llegará porque fuimos a sembrarlo y a hacerlo, no para un hombre sino para todos, el pan, el pan para todos los pueblos y con él lo que tiene forma y sabor de pan repartiremos: la tierra, la belleza, el amor, todo eso tiene sabor de pan, forma de pan, germinación de harina, todo nació para ser compartido, para ser entregado, para multiplicarse …” (Oda al pan, Pablo Neruda).

El pan es el símbolo de la dignidad, del desarrollo y de la inventiva que tiene el ser humano. En el pan, el hombre encuentra el sujeto de su desarrollo y el esplendor de su vocación creadora. El pan se lo gana con el sudor de la frente y es sacramento del esfuerzo, el trajín de cada día y la disciplina del que trabaja con denuedo y perseverancia.

El pan es signo de amistad, compañerismo y hermandad. Se comparte el pan con los cercanos, se parte el pan con el caído y se distribuye el pan a manos llenas en aquellos corazones generosos y solidarios.

Jesús multiplicó los panes y se sentó a la mesa con sus amigos para partir el pan y dárnoslo por siempre, como signo fehaciente de su presencia verdadera para todos los días hasta el fin del mundo.

En la Eucaristía hacemos memoria de esta Ultima Cena y en ella actualizamos el reto de hacer que el PAN alcance para todas las mesas y que todos los comensales tengamos acceso a una justa distribución de lo que Dios hizo para todos.

Si la Eucaristía nos desafía cada vez a comprometernos para que haya pan en todas las mesas, entonces nuestras celebraciones, de verdad, serán un vivo recuerdo de esa Ultima Cena en donde Jesús se hizo PAN DE VIDA para todos y nos urgió a pedir con insistencia “danos el pan nuestro de cada día”.

Pedirlo con insistencia, no es esperar que de manera antojadiza y arbitraria el pan caiga del cielo y llegue sólo a unos pocos, sino es pedirlo actuando en concreto y luchando de verdad para que el pan sea un derecho y no un lujo de unos pocos.

¿Una utopía? ¿Un imposible?, no creo, del compromiso creyente de los cristianos, mucho puede resultar para que este ideal sea realidad en el mundo actual que nos toca vivir.