"Jesús propuso a la gente esta parábola: El Reino de los Cielos
se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo ..."
Mt. 13,24
En estos domingos del Tiempo Ordinario, hemos venido proclamando el capítulo 13 de San Mateo, el llamado discurso de las parábolas que nos hablan del Reino de Dios.
De una manera ágil y sencilla, Jesús va exponiendo, o mejor dicho, describiendo, en qué consiste el anuncio del Reino, de cómo éste se va gestando, cómo va aconteciendo en la vida de cada cual y qué opciones son necesarias de asumir para que el Reino se haga una realidad en cada uno.
Jesús se caracterizó por ser un gran pedagogo: Sabía acompañar adecuadamente, les hablaba a los suyos de la vida cotidiana y a partir de ahí de aquello que había escuchado a su Padre, tenía una gran capacidad para empatizar con sus interlocutores y tenía esa fuerza para llevar a un encuentro más íntimo y verdadero en quienes escuchaban su palabra. Desde su Corazón, les hablaba al corazón.
En el fondo era un GRAN COMUNICADOR. Su Palabra era viva y eficaz. Certera, sencilla y cautivadora. Nadie podía quedar indiferente hacia ella. Provocaba, movilizaba, entusiasmaba. Su persona era cautivadora, por lo tanto, no podía ser menos su mensaje.
Me pregunto: ¿Es así también nuestra forma de comunicar hoy el Mensaje? ¿Así también anunciamos la Palabra en nuestra Iglesia? ¿Es entendible lo que anunciamos? ¿Lo hacemos con el lenguaje del pueblo? ¿Nuestros discursos son vitales, cercanos, afectivos y movilizadores de corazones?
Tengo la impresión que no pocas veces nuestra manera de comunicarnos no se hace entendible a la gente. Sea homilías, escritos, comunicados, entrevistas, cartas pastorales, etc. Un lenguaje rebuscado, rimbombante, estrictamente “doctrinal”, abstracto, frío y distante, puede más bien confundir y exasperar a la gente, que cautivarlo y seducirlo como puede ser nuestro propósito.
Todo comunica: El discurso, la persona que lo emite, los gestos y actitudes, los lugares que tenemos, el modo que nos relacionamos, etc. Por eso, para saber comunicar bien hemos de mirar a Jesús, el gran comunicador. Si acaso queremos llegar al corazón de la gente.
Por eso, ¿cómo comunicar hoy?, ¿de qué manera hacerlo?, ¿con qué tipo de mensaje podemos cautivar a los demás?
Recetas pueden haber muchas, pero lo importante será que el Mensaje a comunicar entre en el corazón del oyente. Que este Mensaje movilice corazones y provoque preguntas y compromisos. Un Mensaje que nos haga descubrir nuestras mejores energías y apunte a una fuerza nueva que pueda nacer en cada uno.
Saber comunicar de manera sencilla, vital y profunda como lo hizo Jesús.
Aprendamos de él, el GRAN COMUNICADOR.
De una manera ágil y sencilla, Jesús va exponiendo, o mejor dicho, describiendo, en qué consiste el anuncio del Reino, de cómo éste se va gestando, cómo va aconteciendo en la vida de cada cual y qué opciones son necesarias de asumir para que el Reino se haga una realidad en cada uno.
Jesús se caracterizó por ser un gran pedagogo: Sabía acompañar adecuadamente, les hablaba a los suyos de la vida cotidiana y a partir de ahí de aquello que había escuchado a su Padre, tenía una gran capacidad para empatizar con sus interlocutores y tenía esa fuerza para llevar a un encuentro más íntimo y verdadero en quienes escuchaban su palabra. Desde su Corazón, les hablaba al corazón.
En el fondo era un GRAN COMUNICADOR. Su Palabra era viva y eficaz. Certera, sencilla y cautivadora. Nadie podía quedar indiferente hacia ella. Provocaba, movilizaba, entusiasmaba. Su persona era cautivadora, por lo tanto, no podía ser menos su mensaje.
Me pregunto: ¿Es así también nuestra forma de comunicar hoy el Mensaje? ¿Así también anunciamos la Palabra en nuestra Iglesia? ¿Es entendible lo que anunciamos? ¿Lo hacemos con el lenguaje del pueblo? ¿Nuestros discursos son vitales, cercanos, afectivos y movilizadores de corazones?
Tengo la impresión que no pocas veces nuestra manera de comunicarnos no se hace entendible a la gente. Sea homilías, escritos, comunicados, entrevistas, cartas pastorales, etc. Un lenguaje rebuscado, rimbombante, estrictamente “doctrinal”, abstracto, frío y distante, puede más bien confundir y exasperar a la gente, que cautivarlo y seducirlo como puede ser nuestro propósito.
Todo comunica: El discurso, la persona que lo emite, los gestos y actitudes, los lugares que tenemos, el modo que nos relacionamos, etc. Por eso, para saber comunicar bien hemos de mirar a Jesús, el gran comunicador. Si acaso queremos llegar al corazón de la gente.
Por eso, ¿cómo comunicar hoy?, ¿de qué manera hacerlo?, ¿con qué tipo de mensaje podemos cautivar a los demás?
Recetas pueden haber muchas, pero lo importante será que el Mensaje a comunicar entre en el corazón del oyente. Que este Mensaje movilice corazones y provoque preguntas y compromisos. Un Mensaje que nos haga descubrir nuestras mejores energías y apunte a una fuerza nueva que pueda nacer en cada uno.
Saber comunicar de manera sencilla, vital y profunda como lo hizo Jesús.
Aprendamos de él, el GRAN COMUNICADOR.