martes, 8 de septiembre de 2009

EFFETA, ABRETE: EL ARTE DE ESCUCHAR


“Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo:
Efatá, que significa Abrete. Y en seguida se abrieron sus oídos,
se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente”

Mc. 7, 34


Le llevan a Jesús a un hombre sordo y tartamudo para que le imponga las manos y lo sane. Para ese tiempo, dicha enfermedad era considerada un castigo. Quien la sufre es visto como un pecador o es tal vez hijo de pecadores (cf. El ciego de nacimiento, Jn. 9). Jesús al abrir los oídos y soltar la lengua del hombre que le había sido presentado, le devuelve la salud y éste deja de ser un enfermo. Pero al mismo tiempo lo reintegra a la vida social y a sus derechos religiosos, deja de ser marginado. Este hombre aislado, solo e incomunicado de los demás, ahora se integra a la vida social y comunitaria con plenos derechos. Se le devuelve la capacidad de escuchar y de hacerse oír a través de su palabra.

En el colmo de la algarabía y la admiración, todos los que fueron testigos de este hecho, llegan a exclamar: TODO LO HA HECHO BIEN; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Esta página del evangelio también hoy quiere encarnarse en nosotros y ha de hacerse vida en cada uno y en las mismas comunidades.

Necesitamos saber escuchar. Necesitamos que el Señor nos abra el oído para escuchar la multiplicidad de voces que nos envían mensajes de todo tipo y de los cuales no nos hacemos cargo porque a veces estamos incomunicados y aislados en nuestras propias consideraciones y realidades.

Aprendamos a conjugar el verbo ESCUCHAR.

Escuchemos la voz del Padre Dios y los susurros del Espíritu que nos hablan cada día, en cada momento, especialmente en la Palabra que debemos meditar y guardar en el corazón.

Escuchemos la voz de los pobres y marginados, que desde su condición social, cultural o de cualquier índole nos hablan de continuo para aprender a vivir en solidaridad la vida.

Y por qué no escuchar a quienes viven cada día en nuestra casa. Los cónyuges que se escuchen en sus alegrías y tristezas. Como los hijos y los padres han de instaurar una suerte de mesa común para escucharse desde sus propias amenazas y descubrimientos. Escucharnos unos con otros. ¡Qué bien nos haría!

Escucha, hermano, hermana, la voz de tu conciencia que te seduce y te interpela a asumir compromisos verdaderos y humanizadores para tu propia vida.

Escucha al “hermano cuerpo”, diría San Francisco, cuando te reclama más descanso, menos trabajo, más cuidados a tu organismo, más espacios gratuitos, más relajo en este mundo estresado, un tanto depresivo y trabajólico en el cual podemos estar inmersos.

Escucha a la “hermana creación” que en su magnificencia te habla del Creador y por el cual podemos dar gracias y bendecir cada día.

Destapa Señor nuestros oídos, mete tus dedos para que salgamos de nuestro pequeño mundo de aislamiento e incomunicación y podamos oír la voz que hoy también nos repite: EFFETA, ABRETE.

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