martes, 16 de junio de 2009

COMULGAR CON CRISTO Y CON EL PROJIMO








“Mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan y, después
de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
‘Tomen; esto es mi cuerpo”.

Mc. 14, 22



La Iglesia vive de la Eucaristía, nos recordaba el Papa Juan Pablo II en su encíclica publicada sobre este tema en el año 2003. Luego de esta Encíclica, llamaría a toda la Iglesia Católica a vivir el AÑO DE LA EUCARISTIA a partir de octubre de 2004.

En verdad, la Eucaristía, su celebración cotidiana y especialmente dominical (en aquellos lugares donde todavía esto es posible), viene a ser el momento más denso y privilegiado de encuentro con Cristo y con los hermanos. Es el momento en donde hacemos memoria de la ULTIMA CENA, donde el Señor, previo a ser crucificado, en la intimidad del Cenáculo, junto a sus amigos, nos dejó este recuerdo de su presencia real y verdadera, además de permanente y para siempre, en el sacramento de la Eucaristía. Hacía así verdad lo que nos decía el domingo pasado: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).

¿Cómo celebrar este sacramento? ¿Qué sentido darle? ¿Qué dimensiones de nuestra vida pueden verse tocadas cada vez que “asistimos” a la Misa?

De la fuente inagotable que es la Eucaristía, me apresuro a relevar algunos aspectos para abrir la reflexión y que cada cual saque sus conclusiones.

Cada Eucaristía, es el momento perfecto para colocarnos de rodillas y con las manos vacías adorar a Dios que se hace presente en cada celebración. La Alianza Nueva que Jesús selló con su Sangre, en cada Eucaristía se renueva y se hace patente en la vida del discípulo. También HOY Jesús vuelve a entrar en la vida de cada ser humano y quiere encontrar un corazón bien dispuesto, para entrar en su casa y compartir el PAN QUE DA VIDA. Alianza, Adoración, Contemplación, Gratuidad, Seguimiento, Entrega: todo, vivido en profundidad en cada Eucaristía.

Si Cristo quiere comulgar con cada uno y nosotros comulgamos con El, o sea, hacemos suyo su PROYECTO DE VIDA, su Persona, su Mensaje, esto también tiene su proyección en la “horizontalidad” de la vida eucarística. Ella es “plataforma”, sustento, sobre la cual nos vaciamos de nosotros mismos y nos abrimos al prójimo. La Eucaristía nos ayuda, y al mismo tiempo, nos interpela, a dejar todo atisbo de individualismo y materialismo para ser capaces de revivir hoy la parábola del buen samaritano (Lc. 10,25 ss) y crear relaciones nuevas en este mundo donde nos toca vivir.

De esta manera la Eucaristía nos ayuda a profundizar la eclesialidad de nuestra fe, profundiza la vida comunitaria y le da un sentido más hondo, además de recordarnos que debemos llevar una vida cada vez más “eucaristizada” siendo discípulos misioneros en el lugar donde nos toca vivir. No es sólo un momento de intimidad con el Señor, es también el momento para abrir los ojos, las manos, los oídos, los corazones y toda la vida a las realidades que nos desafían cada día más a los cristianos.

La Eucaristía vivida como una FIESTA y como el momento más denso y verdadero de la semana y de la vida de la Comunidad, sin duda nos llevará a conjugar muy bien el desafío de COMULGAR CON CRISTO Y COMULGAR CON EL HERMANO.

No separemos, pues, lo que Dios ha unido.


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