miércoles, 25 de marzo de 2009

SALVADOS GRATUITAMENTE




“Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él”


Jn, 3,17




Nos hemos movido en la vida entre el premio y el castigo. Nos dijeron cuando niños, “si te portas bien, recibirás un premio”, por el contrario, “si te portas mal, te vamos a castigar”. Esta mentalidad del premio y del castigo, muchas veces se ha metido en nuestra mentalidad religiosa y en nuestro trato con Dios. A Dios hay que agradarlo, si no, nos va a castigar. En el fondo, hay una mentalidad sutil e implícita entre nosotros, en la que serían nuestros méritos los que moverían a Dios en el trato que tiene con la criatura humana.

Muchas veces fue también nuestra predicación la que fue caldo de cultivo para sentir que la amistad del hombre con Dios y de éste con la criatura humana, estaría supeditada a nuestros comportamientos. Dios sería un juez enérgico que estaría al acecho para castigarnos por nuestras malas obras o para aprobarnos por nuestros buenos comportamientos.

Pera la realidad es otra.

En el diálogo que sostiene Jesús con el fariseo Nicodemo, (que de hecho era un hombre entendido en la ley de Moisés), en el cual lo invita a nacer de nuevo, del agua y del Espíritu, Jesús le dice que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo, no para condenar al mundo, sino para salvarlo, para que quienes crean en El tengan vida eterna.

De eso se trata, considerar que el mensaje de Jesús, fue esencialmente un mensaje de liberación plena del ser humano, de todo aquello que le puede esclavizar en su crecimiento humano. Jesús vino a salvar y esto lo hace gratuitamente porque gratuito es el amor de Dios. De hecho, el mismo Juan en una de sus cartas nos dice que “Dios nos amó primero”, independientemente de las obras que el ser humano puede presentar a Dios.

Es el mensaje que el mismo apóstol san Pablo se empeña en transmitir al mundo pagano de la primera era del cristianismo, en donde el mensaje del cristianismo traspasa las fronteras del mundo judío para hacerse también parte de otras culturas que no siendo judíos, sí estaban llamados a abrirse al mensaje nuevo de Jesús. No son las obras las que salvan, sino el amor misericordioso de Dios. “¡Por gracia han sido salvado!, nos dirá el apóstol (Ef. 2,5), para confirmar que Dios nos salva sólo por la fe y no por las obras.

Esto, por supuesto, trae para nosotros cristianos del siglo 21 el enorme desafío de compartir con la sociedad de hoy, un mensaje de salvación que atraiga a todos aquellos a depositar en Dios su vida y sus angustias de cada día. No podemos ser profetas de desventuras, como nos recuerda Aparecida. “Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (Aparecida, 30).

En nuestra relación con Dios, no nos movemos entre el premio y el castigo. Entre las obras que le podríamos presentar a Dios y que nos permitirían la salvación.

Sólo nos relacionamos con El en la gratuidad y el amor. De un Dios que nos amó primero y sin condiciones. Y a partir de esta experiencia, estará la respuesta del ser humano que sabiéndose amado, le sabe corresponder a Dios viviendo de manera diferente su vida.

Porque el amor suscita amor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

que manera tan clara para explicar que Dios nos amo primero,y yo me pregunto por que si la palabra lo dice y ustedes lo dejan tan claro,hay personas que mal interpreta cual es la mision de todo cristiano y se sienten con el derecho ellos de jusgar el comportamiento de otros hermanos,muchas veces convencidos que actuan deacuerdo a lo que dice la palabra.

Unknown dijo...

y una que crece temiendo a dios por todas las obras segun el catecismo antiguo.siento la misericordia y eso me da alivio gracias

fraymario dijo...

Siempre es reconfortante saber y así experimentarlo, que el amor de Dios no está supeditado a nuestras obras. El "nos amó primero" en su Hijo Jesús y es un amor incondicional que sobrepasa todo lo que nosotros podamos devolverle.