“Maestro,
¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?.
Jesús le
respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,con toda tu
alma y con todo tu espíritu.
Este es el más grande
y el primer
mandamiento. El se gundo es semejante al primero:
Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”.
Mt. 22, 36-39
Un
doctor de la Ley, queriendo poner a prueba al Maestro, le pregunta por el mandamiento
más grande de la Ley. Hemos de saber que los judíos tenían 613 preceptos, entre
mandamientos y prohibiciones, que debían guardar con toda rigurosidad. Entonces desde
esta perspectiva, la pregunta a Jesús no era fácil de resolver sin el peligro
de dejar de lado muchos aspectos que seguramente a los observantes de la Ley
les supondría de alto interés. Porque hay que tener en cuenta, que, por ejemplo,
los fariseos daban suma importancia a las normas alimenticias, a
las abluciones antes de comer, a la distancia que está permitido caminar en
sábado, etc. Para ellos era ciertamente más importante observar el sábado que
curar un enfermo y reprochan a Jesús que hiciera milagros en sábado.
Sin
embargo, Jesús sabe distinguir y ver en dónde está la primacía de la vida de un
cristiano y en ese sentido, él no se pierde ni un instante: “Amar
a Dios y amar al prójimo”, es el resumen magistral que nos propone el
Maestro, como síntesis de vida para vivir nuestro discipulado en el seguimiento
de Jesús.
No
cabe perderse ni un instante, ni ceder a una mentalidad escrupulosa y
sofisticada en la que puede caer alguien cuando se deja enredar en una madeja
que no le da la sabiduría verdadera para intuir por dónde va la Buena Noticia
que nos ha traído Jesús.
La
afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar.
Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás
en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y
secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor
todo queda pervertido.
"Son dos mandamientos inseparables y complementarios
... dos caras de una misma medalla"
... Papa Francisco. La inseparabilidad y complementariedad le dan la riqueza y
originalidad a este mandamiento. En Jesús, su llamado será: "Amense los
unos a los otros como Yo lo he amado" No se pueden separar, sin caer en el
peligro de diluirlos y distorsionarlos y, al mismo tiempo, se enriquecen
mutuamente: Amando a Dios amo más intensamente al prójimo y viceverza.
Aquí encontramos
la síntesis perfecta en la vida de un cristiano.
Amar a Dios
con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu es reconocer que El
es la FUENTE de todo, el fundamento de la vida, el CENTRO vital sobre el cual
se ha de tejer la vida humana. Y, al mismo tiempo, para que este amor no sea
una especie de escape de la realidad y de la historia, nos manda amar al
prójimo como a ti mismo, pues no es posible construir la vida cristiana de “espaldas”
a los que sufren, a los desposeídos, los cansados, los marginados. Amar a “rostros”
concretos, aquellos que caminan a nuestro lado, que son parte de nuestra vida
cotidiana y que esperan de un creyente que se manifieste en ellos el “rostro
materno” de nuestro Dios.
Hagamos de
este amor, en su doble dimensión, el “estandarte” de nuestra vida. Hagamos esta
síntesis vital cada día. Pidamos esta gracia para no “aguar” el amor a Dios en
una opción que no se identifica con los rostros concretos que tenemos a nuestro
lado y hagamos del amor al prójimo la
expresión verdadera de que amamos a Dios con todo nuestro corazón.
Al final de la
vida sólo te preguntarán: ¿Amaste?
Es de esperar
que podamos decir: “Sí, intenté amar. Quise amar. Me movió el amor. Amé hasta más no poder
a mi Dios y a mi prójimo. Amé como sólo pude y como sólo me enseñó mi Jesús”.