viernes, 31 de octubre de 2014

EL AMOR: DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA



“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?.
Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,con toda tu alma y con todo tu espíritu. 
Este es el más grande
y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Mt. 22, 36-39



Un doctor de la Ley, queriendo poner a prueba al Maestro, le pregunta por el mandamiento más grande de la Ley. Hemos de saber que los judíos tenían 613 preceptos, entre mandamientos y prohibiciones, que debían guardar con toda rigurosidad. Entonces desde esta perspectiva, la pregunta a Jesús no era fácil de resolver sin el peligro de dejar de lado muchos aspectos que seguramente a los observantes de la Ley les supondría de alto interés. Porque hay que tener en cuenta, que, por ejemplo, los fariseos daban suma importancia a las normas alimenticias, a las abluciones antes de comer, a la distancia que está permitido caminar en sábado, etc. Para ellos era ciertamente más importante observar el sábado que curar un enfermo y reprochan a Jesús que hiciera milagros en sábado.

Sin embargo, Jesús sabe distinguir y ver en dónde está la primacía de la vida de un cristiano y en ese sentido, él no se pierde ni un instante: “Amar a Dios y amar al prójimo”, es el resumen magistral que nos propone el Maestro, como síntesis de vida para vivir nuestro discipulado en el seguimiento de Jesús.

No cabe perderse ni un instante, ni ceder a una mentalidad escrupulosa y sofisticada en la que puede caer alguien cuando se deja enredar en una madeja que no le da la sabiduría verdadera para intuir por dónde va la Buena Noticia que nos ha traído Jesús.

La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.

"Son dos mandamientos inseparables y complementarios ... dos caras de una misma medalla" ... Papa Francisco. La inseparabilidad y complementariedad le dan la riqueza y originalidad a este mandamiento. En Jesús, su llamado será: "Amense los unos a los otros como Yo lo he amado" No se pueden separar, sin caer en el peligro de diluirlos y distorsionarlos y, al mismo tiempo, se enriquecen mutuamente: Amando a Dios amo más intensamente al prójimo y viceverza.

Aquí encontramos la síntesis perfecta en la vida de un cristiano.

Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu es reconocer que El es la FUENTE de todo, el fundamento de la vida, el CENTRO vital sobre el cual se ha de tejer la vida humana. Y, al mismo tiempo, para que este amor no sea una especie de escape de la realidad y de la historia, nos manda amar al prójimo como a ti mismo, pues no es posible construir la vida cristiana de “espaldas” a los que sufren, a los desposeídos, los cansados, los marginados. Amar a “rostros” concretos, aquellos que caminan a nuestro lado, que son parte de nuestra vida cotidiana y que esperan de un creyente que se manifieste en ellos el “rostro materno” de nuestro Dios.

Hagamos de este amor, en su doble dimensión, el “estandarte” de nuestra vida. Hagamos esta síntesis vital cada día. Pidamos esta gracia para no “aguar” el amor a Dios en una opción que no se identifica con los rostros concretos que tenemos a nuestro lado y hagamos del amor al prójimo  la expresión verdadera de que amamos a Dios con todo nuestro corazón.

Al final de la vida sólo te preguntarán: ¿Amaste?

Es de esperar que podamos decir: “Sí, intenté amar. Quise amar. Me movió el amor. Amé hasta más no poder a mi Dios y a mi prójimo. Amé como sólo pude y como sólo me enseñó mi Jesús”.



miércoles, 15 de octubre de 2014

SALIR A LOS CRUCES DE LOS CAMINOS



“El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”.

Mt. 22, 8-9

El Rey había preparado meticulosamente el banquete de bodas de su hijo, sin embargo, todos los invitados, indistintamente, por diversos motivos se excusaron y no participaron del banquete que para ellos había sido preparado.

La pasión de Jesús fue anunciar el Reino. Hacia allá se orientó siempre su predicación y a las palabras le acompañaban gestos y actitudes concretas, que lo verificaban y lo hacían realidad en todo su apostolado.

Para hablarnos del Reino, Jesús toma la figura del banquete de bodas para subrayarnos que todos estamos invitamos a pertenecer a él, buenos y malos, pues este llamado es gratuito y es una oferta que Dios le hace a su pueblo y a cada persona en particular.

No habiendo comensales para el banquete (porque prefirieron otras cosas, su negocio, el campo …), la orden es perentoria: “Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Es esta palabra la que hoy ha de resonar en nuestros oídos y corazones para instalar entre nosotros, lo que el Papa Francisco llama “una Iglesia en salida”, una Iglesia desinstalada que no se conforma simplemente con una cómoda situación de instalación, sino que sale a buscar “comensales” que se interesen por hacer del Reino su causa última de vida.

Ante la sorpresa del Rey, la sala se llena de convidados, son los pobres, los marginados, los excluidos, los miserables, aquellos que no cuentan, quienes sintonizan de verdad con la invitación a ser parte del Reino de Dios. Todos aquellos que son parte de las “periferias existenciales” (Papa Francisco) del mundo y de nuestros pueblos, siempre se mostrarán proclives a escuchar esta invitación y hacerla suya.

Por eso necesitamos como Iglesia hacer este tránsito. Esforzarnos sinceramente para que  los últimos, los pobres, se sientan como en casa. Nos cabe como discípulos de Jesús, ser los OIDOS que escuchan el clamor de los que sufren. Sus MANOS para tocar leprosos y generar lazos de amistad y fraternidad. Ser su BOCA para pronunciar palabras que lleven luz y una buena noticia a los desheredados. Sus OJOS para mirar con ternura y cariño al que necesita amor y comprensión y ser sus PIES para llegar al que está alejado y no tiene a nadie que lo  consuele en su soledad, enfermedad o vejez.

El banquete del Reino está preparado y sólo hace falta acceder a él asumiendo la invitación que nos hace Jesús.

¿Cómo no ser parte del banquete de la solidaridad y la fraternidad? ¿Cómo no asumir en nuestra vida ser parte del banquete de la justicia y la paz entre hermanos, pueblos y naciones?

¿Acaso puede un verdadero cristiano excluirse, sin no poca responsabilidad personal, de hacer suyo el proyecto del Reino predicado por Jesús, aferrándose a una religión intimista, que te aleja y más encima no te permite ver la realidad que te acompaña cada día?

La invitación está extendida para todos. ¡Salgamos! En los cruces de los caminos y en las plazas de nuestras ciudades, pueblos y campos, hay suficientes potenciales invitados que esperan ser parte del banquete de bodas. Sólo hace falta, SALIR, no tan sólo hacer un movimiento físico, geográfico (que no nos haría nada de mal, dejar el “centro” e ir a los extremos), sino por sobre todo, SALIR presupone vaciarnos de nuestra seguridades y costumbres y relaciones habituales, para ir al encuentro del “desconocido”, del que está “fuera” de nuestro círculo habitual, hacer una salida “afectiva” en la cual puedan entrar otros rostros en nuestros corazones. Si la sala se llena de todos, "buenos y malos”, quiere decir que la tarea de la evangelización andará por caminos correctos y estará en la dirección que nos plantea el Señor en su evangelio.

¡Vayamos, pues, a los cruces de los caminos, más de alguien espera por nosotros!