La
vida humana, nuestra existencia cotidiana, se parece, muchas veces, a esa
travesía que hacemos cuando nos internamos mar adentro y de repente se produce
una enorme tempestad y la barca comienza a sacudirse violentamente. Entra el
pánico, cunde el miedo, se acaban las seguridades, quedamos a la deriva.
¿A
quién no le ha pasado alguna vez vivir esta experiencia límite de una barca (su
vida) que se hunde o es fuertemente zarandeada por el fuerte oleaje de una
sociedad que cambia vertiginosamente, de ciertas convicciones que se caen, o
sencillamente, de un proyecto de vida que se viene al suelo? ¿Cuántas veces
sentimos que la marea es demasiado grande que nuestra barca va a sucumbir y
sencillamente se va a hundir?
Nos
podemos preguntar: ¿Cómo está la barca de nuestra vida? ¿Amenaza hundirse en el
fragor de la lucha cotidiana o de una experiencia relevante que me ha
colapsado? ¿La siento con viento en contra porque todo aparentemente se
desarrolla precisamente en la dirección contraria a lo que pienso y espero? O,
por el contrario, ¿mi barca está tranquila, vive una cierta bonanza, con el
ímpetu intacto para remar mar adentro y salir a conquistar otros mares y otras
latitudes?
La
barca donde iban los apóstoles estaba siendo sacudida fuertemente porque tenían
viento en contra. Aparentemente estaban solos, porque Jesús se había quedado en
tierra segura, en la montaña, solo, orando a su Padre. En eso están, cuando
Jesús viene sobre ellos caminando sobre las aguas. Creen ver un fantasma y se
asustan. Jesús los tranquiliza, pero no es suficiente, Pedro lo desafía a ir
donde él caminando sobre las aguas, ante lo cual Jesús le anima a iniciar la
travesía.
En
eso está Pedro, cuando de repente le invade la sensación que el desafío es
enorme, que el viento es demasiado contrario y tuvo miedo. Y comenzó a
hundirse. Esa fue su sensación y experiencia.
Puede
ser la experiencia tuya o mía en este momento.
Desafíos
enormes, viento contrario, miedo que nos paraliza, sensación que nos hundimos.
Es la realidad de muchos, que simplemente colapsan ante la vida que siempre es
apuesta, aventura y desafío.
Nos
hundimos, como Pedro, cuando quitamos la mirada a Jesús y comenzamos a
centrarnos en nosotros mismos. Nos hundimos porque quedamos pegados en el mar
de nuestras dudas y fragilidades, problemáticas y oscuridades. A veces
inmersos, en demasía, en nuestros problemas y angustias. No caemos en la
cuenta, que Alguien nos va a prestar su mano para sostenernos, cuando gritemos
desde el fondo del alma: “Señor, sálvame”.
No
cabe duda, para quienes hemos recibido el don de la fe, que Alguien nos tiende
la mano e impide que nos hundamos. Nos sostiene y nos capacita de continuo para
hacer frente a los mares turbulentos que la sociedad actual nos puede
presentar. La fe nos permite sortear y enfrentar con una luz distinta los
desafíos de la vida. Ella seguirá siendo una montaña alta que deberemos
escalar, o, a veces, un mar que nos sacude de un lado para el otro, pero,
indefectiblemente, en la hora de las turbulencias, esa MANO se hará evidente en
nuestra existencia y nos capacitará para internarnos mar adentro en la búsqueda
de lo nuevo y desconocido.
La
fe nos permite caminar, aún cuando, nuevamente la barca sufra otros oleajes.
Así es la vida: Camino por andar, experiencias por vivir, sentidos y horizontes
por descubrir. Al final, en el acto de fe, el viento se calmará y nos
postraremos delante de Jesús para realizar el acto de adoración final, en la
perspectiva que nuestra adhesión a él, nos permitirá y facultará para proseguir
la travesía de la vida.
Una
y otra vez, en la travesía de la vida, a pesar que sintamos que nos hundimos,
Alguien nos pasará su mano y sortearemos el viento en contra.
Esa
es nuestra convicción y nuestra fe.