En
tres domingos consecutivos, a través del Evangelio de Mateo 13, Jesús nos ha
venido hablando del Reino, haciéndolo de manera creativa, original y novedosa,
a través de siete parábolas, lo que da cuenta de su pedagogía para transmitir
un mensaje de manera sencilla y profunda a la vez, que tanto la multitud como
los discípulos pueden comprender cabalmente.
Las
parábolas han sido la del sembrador; el trigo y la cizaña; el grano de mostaza;
la levadura en la masa; el tesoro escondido en el campo; la perla preciosa y la
red que se echa al mar. En ellas, Jesús no define taxativamente lo qué es el
Reino, sino que lo va describiendo: Se parece a … nos dice, a través de las
cuales nos va mostrando la fisonomía que tiene el Reino que él está anunciando.
El
Reino, es una semilla que se siembra en todos, nadie de antemano está vedado o
exento de él, sino que dependerá del nivel de respuesta y acogida que se tenga
a la semilla sembrada, así será también el fruto que se obtenga.
El
Reino es un llamado a la paciencia y a la tolerancia (trigo y cizaña) evitando
caer en la clasificación de buenos y malos, sin más, como si hubieran algunos
que son puro trigo y otros pura cizaña (y no tuviéramos de ambos en nuestra
vida), guardando la paciencia necesaria hasta la cosecha final donde se separen
verdaderamente el trigo de la cizaña.
El
Reino crece en lo pequeño, lo insignificante, lo minúsculo y lo sencillo (grano
de mostaza). En él brilla la fuerza de la debilidad, para la cual no podemos
apoyarnos en el recurso del poder para llevar adelante el cometido de la
evangelización. El Reino crece de manera oculta y silenciosa y CRECE a pesar
que nosotros no advirtamos dicho proceso.
El
Reino conlleva por dentro un germen de transformación profunda, hasta tal punto
que su poder puede fermentar toda la masa (la levadura) creando una realidad
nueva sin injusticia, opresión e idolatría. De igual forma, todo discípulo ha
de ser presencia transformadora en el mundo. Ir contracorriente, proponer algo
nuevo y alternativo al modelo de sociedad que se basan en el dinero, el
mercado, la insolidaridad, la competencia o el individualismo.
Estas
parábolas (el sembrador, el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la
levadura), son una invitación a la fe y la esperanza en la fuerza que se
encierra en el Reino de Dios. Un cristiano no debería perder la fe y la
esperanza a pesar de la aparente impotencia del Evangelio en el que a simple
vista nada cambia, todo sigue igual o incluso peor en algunas situaciones. Fe y
esperanza aunque se torne todo oscuro a nuestro alrededor.
Ha
de ser nuestra convicción que con Cristo ha entrado una levadura y un grano de
mostaza en el mundo capaz de renovarlo todo.
Con
las parábolas del tesoro y la perla preciosa, estamos al frente de alguien que
ha descubierto el proyecto del Padre, que no es otra cosa que conducir a la
humanidad a un mundo más justo, fraterno y dichoso encaminándolo hacia su
salvación definitiva. Y esto provoca un gran gozo y alegría, pues la persona ha
encontrado un sentido nuevo para su vida, transformándose el Reino en algo
paradigmático sobre el cual se construye todo el edificio de la existencia.
Ser
cristiano no significa vivir de ritualismos o moralismos, sino identificarse y
experimentar lo que Jesús HIZO y DIJO en
su vida pública. Comportarse como él, tener sus actitudes, realizar sus gestos,
asumir a los excluidos, tender la mano al caído, ejercer la misericordia con el
que ha sido maltratado y asaltado en el camino.
Jesús
nos habla del Reino, o sea de él mismo y de su mensaje. El Reino es lo
fundamental y lo único necesario. Lo que vale la pena. Lo definitivo. Lo que
hay que comprar, vendiendo todo lo demás. Quien hace esto, entonces es un
apasionado del Reino, por cuanto es capaz de relativizar todo lo demás y poner
como absoluto el proyecto del Padre diseñado y anunciado por Jesús.
Que
venga su Reino sobre nosotros y que él crezca cada día en nuestros corazones.