El
domingo 29 de junio, hemos celebrado la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro
y Pablo, dos columnas básicas sobre las cuales se forjó la Comunidad Cristiana
en torno a la figura de Cristo Resucitado.
¿Qué representan Pedro y Pablo? ¿Qué nos
dicen sus figuras a nosotros hoy día?
Ambos
tuvieron la gracia de haberse encontrado “personalmente” con el mismo Jesús,
claro que de modo diverso como lo vamos a ver.
Pedro,
en la orilla del lago Galilea, mientras ejercía su oficio de pescador, recibió
el llamado de Jesús para ser “pescador de
hombres”. Pablo, camino a Damasco, mientras perseguía ferozmente a los
cristianos, recibe la revelación de ser llamado para ser apóstol de Jesucristo.
El primero, Pedro, compartió con Jesús esos tres años donde el Maestro se
dedicó a predicar la Buena Noticia del Evangelio. Pablo, si bien no conoció a
Jesús, ni tuvo, por lo mismo, trato directo con El, legítimamente se hace
llamar APOSTOL, en la misma condición de Cefas, Juan, Santiago, Andrés, por
cuanto se sabe depositario de una llamada personal y de una misión insoslayable
que lo constituye “verdaderamente” en Apóstol como él mismo lo consigna en sus
escritos (1Co 9,1 ; 1Co 15, 5-8), en donde Pablo dice que también él tuvo una
visión del Señor resucitado “y después de
que el Señor se apareció a Cefas, los Doce, a más de quinientos hermanos … en
último término se apareció a mí, como a un abortivo”, llega a decir.
Pedro
y Pablo representan dos vocaciones, dos carismas, dos tareas, dos “sensibilidades”
dentro de la Comunidad fundada por el Señor Resucitado. Son dos misiones que se
complementan y se enriquecen. Pedro, tiene el carisma de crear la comunión y la
unidad dentro de la Comunidad y ser el primero entre iguales. En él se
consolida la Comunidad, porque es la piedra sobre la cual el Señor funda SU
Iglesia. Tiene la misión de lograr la cohesión, que fluyan los carismas dentro
de la Iglesia y de darle el sostén que ella necesita para llevar a cabo su
misión. Pedro, hoy Francisco, es quien tiene la misión de asegurar que la
Comunidad esté cohesionada en torno a la PIEDRA ANGULAR que es Cristo, en la
diversidad de carismas y ministerios que el mismo Señor va suscitando.
Pablo,
ese fariseo empedernido y fanático, es el prototipo de una Iglesia que está
llamada a evangelizar por todos los confines de la tierra. Una Iglesia en “salida” como la quiere Francisco, de
tal manera que lleve a todos los rincones de la humanidad, de manera humilde y
sencilla, la ALEGRIA DEL EVANGELIO, en particular a los pobres de este mundo. En
Pablo, nos vemos reflejados todos nosotros, para tomar las “banderas” del
Evangelio y compartirlas con todos aquellos que buscan sentido para sus vidas. En
Pablo, somos interpelados hoy día para buscar nuevos “aerópagos” en donde se
proclame el Evangelio de las bienaventuranzas que el nuevo Moisés, Jesús, nos
dejó desde la Montaña santa.
Un
aspecto relativo al llamado y la vocación me parece útil destacar en Pedro y
Pablo. En ambos, sobresale la gratuidad del llamado que les hace el Señor.
Pedro, después de su decisión generosa de dejar las redes, niega al Señor en la
pasión, será al final, cuando declare su amor intenso por Jesús, cuando sea
confirmado para apacentar las ovejas que se le confían. Al final, Pedro sabrá
que será la gracia, solamente ella, la que le sostendrá en su respuesta al
llamado de Jesús. Pablo, con mayor razón, tiene conciencia de la gratuidad de
su llamado por cuanto en él operó simplemente la libre elección del Señor en
una persona que precisamente estaba en la otra trinchera, persiguiendo
tenazmente a los primeros cristianos.
Estas
vocaciones, nos dejan una hermosa lección para nosotros. Somos llamados por
pura gracia, no por méritos y nuestra fidelidad se sustenta, sólo y
exclusivamente, en que el Señor NUNCA retira su llamado y predilección por cada
uno de nosotros.
Ambos,
nos recuerdan la necesidad de construir la unidad y la comunión sin sofocar la
diversidad, y la imperiosa necesidad de “salir” con el Evangelio en la mano, a
proclamar buenas noticias a todos aquellos que las quieran escuchar.
Pedro y Pablo, dos llamados y dos
misiones que necesitamos recrear y profundizar hoy día entre nosotros.
1 comentario:
Admiro a Pedro por su ímpetu, por su impulsividad e intrepitez, obediente al Señor Jesucristo para llevar la Iglesia en los años primeros, con sus limitaciones agrada a Jesús porque lo conoce en lo profundo de su ser y confiadamente le ha encargado la tarea de ser piedra.
Admiro a Pablo, él se dejó dócilmente llevar por los caminos de la fe después que tuvo su encuentro personal con Jesús, el Cristo.
Ambos discípulos son vigentes toda vez que nos muestran apasionadamente que Dios Padre por su Espíritu nos ha amado extremadamente para enviarnos a su amado Hijo Jesús. A ellos sólo hay que imitarlos y seguir admirándolos.
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