Lc. 10, 25-37
El doctor de la ley sabía la
teoría pero no la praxis. Había coleccionado doctrinas, conceptos, (de hecho
recita muy bien y de corrido lo que está escrito en la Ley ante la pregunta de
Jesús), pero todavía no había dado el paso fundamental del acercamiento
“vivencial” a la misma Palabra.
Porque de otra manera no se
explica que le pregunte a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Es que para el mundo
judío, prójimo era simplemente el familiar, aquel del círculo más cercano, el
connacional. Preguntar por quién es mi prójimo, es como decir: ¿Y a quién debo
amar como a mí mismo como lo exige la Ley?
En este contexto, Jesús le
narra esa famosa parábola del “buen samaritano” que ha inspirado a tantos
creyentes a lo largo de estos veinte siglos. Parábola que sigue interpelando el
corazón de aquel que con actitud de discípulo se acerca a ella y la guarda en
su corazón y, con la ayuda del Señor, la intenta vivir en los diversos
acontecimientos de su vida.
Las lecciones que podemos sacar
de esta parábola son muchas. Me atrevo a sugerir algunas, para que cada cual en
su fuero interno, las siga reflexionando y pueda añadir otras tantas enseñanzas
que podemos sacar.
VIVIR
LA VIDA EN CLAVE SAMARITANA
Uno puede ordenar su vida
desde muchas ópticas y claves. Muchas serán legítimas, otras carecerán de
sustento evangélico, sin embargo para un creyente, la fe ha de ser vivida desde
la clave que nos plantea el buen samaritano, es decir, desde la clave de aquel
que es capaz de salir de su propio camino para entrar en la realidad del que
está caído y herido. Sin cálculo egoísta y menor, vivir en clave samaritana es “ponerse en los zapatos” del otro para
ver y conmoverse ante la realidad de menoscabo que puede estar viviendo aquel
que requiere de unos ojos y corazones que se abren y se hace prójimo del mal
herido. En esta lógica, ¿puedo identificar a los que HOY están heridos y han
sido maltratados por esta sociedad, bastante desigual y discriminatoria? No vaya
a ser que por atender a mis asuntos personales, PASE DE LARGO y deje en el
camino al que se debate entre la vida y la muerte.
TRASPASAR
FRONTERAS
El samaritano no tenía ninguna
obligación de detenerse ante el que estaba herido, pues se suponía que éste era
judío y todos sabemos la enemistad que había entre los judíos y los samaritanos
(el mismo Señor vio truncado su deseo de permanecer en Samaría ante lo tuvo que
partir de la ciudad al no ser bien recibido).
Se trataría de traspasar todo
tipo de “fronteras” que nos separan y nos dividen. Fronteras ideológicas,
culturales, raciales, religiosas, sociales, etc. A veces como que estamos
parapetados en nuestros reductos y somos incapaces de instaurar una cultura del
diálogo, del encuentro, con aquel que es diferente y diverso a mí. En este
sentido, nos podríamos preguntar: ¿Qué fronteras debería traspasar hoy día para
hacer que esta Palabra tenga incidencia concreta en mi vida?
UNIR
LITURGIA Y VIDA
El sacerdote y el levita iban
preocupados por llegar pronto al templo. La liturgia les demandaba atención
exclusiva, no había nada ni nadie que podría distraerlos por el camino.
Puede pasar que nuestras
liturgias estén despegadas de la vida y que nos asomemos más bien a la vivencia
de una espiritualidad más bien individualista, abstracta y a-histórica. El
texto evangélico nos dice otra cosa. De esta forma, cuidemos que nuestras
liturgias y celebraciones recojan y proyecten lo que es la vida misma. Fe y
vida, van de la mano, como lo son también la liturgia y la historia concreta de
nuestro pueblo.
En suma, la parábola del “buen
samaritano” nos interpela hacia una fe situada en la realidad de cada día y es
un desafío permanente de cuantos pretendemos ser discípulos de Jesús que la
hagamos nuestra y sea la plataforma sobre la cual vayamos viviendo UN NUEVO ESTILO
DE VIDA.
¿Cuál de los tres se portó
como prójimo (el sacerdote, el levita o el samaritano)?, le preguntó Jesús al
doctor de la Ley. El que tuvo compasión, le respondió. Como aquel y hoy a mí,
nos dice Jesús: VETE Y HAZ TU LO MISMO.