“Se acabó el vino
de las bodas y se quedaron sin vino.
Entonces la madre
de Jesús le dijo: No tienen vino”
Jn. 2,3
Jesús es presentado por el evangelio de Juan, iniciando su ministerio
público en el marco de una fiesta, más precisamente en el contexto de una
fiesta matrimonial, en lo que se ha denominado las bodas de Caná. Seguramente
este hecho ya de por sí no deja de llamar la atención, quizás porque uno podría
pensar que Jesús habría optado por dar por inaugurado su ministerio en una
sinagoga, en el templo o en un lugar más propiamente “religioso”, sin embargo
al estar presente en una fiesta manifestó su gloria y provocó que los discípulos
creyeran al ver el signo elocuente que había realizado el Señor, cambiando el
agua en vino para alegría de esos esposos que estaban viendo como colapsada su tan
preciada fiesta matrimonial.
A la luz de este episodio bíblico, ¿qué lecciones o mensajes podemos
extraer para aplicarlas a nuestra vida? Se me ocurren algunos, como por
ejemplo:
Saber profundizar y descubrir el sentido de fiesta y celebración que ha
tener nuestra vida cotidiana y nuestras liturgias dominicales. El mismo Jesús
sabe compartir desde la gratuidad y la cotidianidad junto a unos esposos que
vivían la alegría de su alianza nupcial. Vivir la vida bien, en profundidad,
potenciando momentos gratuitos y recuperar la alegría por vivir (a pesar y con
los problemas que tengamos) cada instante con la mayor intensidad y energía.
Este mismo sentido de fiesta y de celebración, me parece muy oportuno
redescubrirlo y vivirlo en nuestras liturgias dominicales. De repente somos muy
parcos e inexpresivos para demostrar que estamos viviendo una fiesta con el
Señor y con los hermanos. Muchos rostros serios, compungidos, hiératicos darían
cuenta de una fiesta que no es tal, que es más bien un rito vacío que estamos
celebrando donde la vida se queda colgada en la puerta de nuestra casa.
El vino en la Biblia es signo de alegría y símbolo del amor, por lo
tanto Jesús sabe bien que si en esa fiesta falta la alegría y faltara el amor
esa fiesta puede terminar muy mal, por eso se apresura, a instancia de su
Madre, a cambiar el agua en vino para que esa fiesta acabe bien y los esposos
sellen para siempre su unión matrimonial.
Poner nuevo vino en nuestros corazones, es otro elemento que podríamos
meditar. ¿Qué vino estará faltando en nuestras mesas? ¿Se nos acaba el vino y
ya ni siquiera nos damos cuenta? ¿Tenemos conciencia que el vino mejor, el vino
bueno es el mismo Jesús que se guarda para el final para que lo saboreemos con
todo nuestro ser?
Muchas veces nos contentamos con otros “vinos” de muy mala o dudosa
calidad. Invertimos mal y pensamos que el vino que tenemos es el mejor, cuando
en definitiva el vino del Evangelio, el nuevo vino del Reino y de las
bienaventuranzas nos harán que la fiesta de la vida no termine abruptamente y
siga desarrollándose en toda su dimensión.
Jesús vino a hacer más humana y llevadera la vida de la gente por eso se
preocupó de convertir el agua en vino.
Dejemos que hoy día también Jesús vaya a nuestras fiestas y a nuestras
liturgias y nos regale vino mejor. Porque al final está lo mejor, el mismo
Jesús.
2 comentarios:
Juan Pablo II nos invita a meditar esta escena de la conversión del agua en vino incluyéndolo en los misterios luminosos, y eso es bueno para que no sea olvidado en el resto del año esta muestra de la atención de Jesús hacia los jóvenes novios. El vino indispensable en las celebraciones, siempre que sea consumido en forma mesurada, pues de otro modo puede transformar la fiesta en un desastre, (a veces me digo sería tinto o blanco), para Jesús fue importante obtenerlo, sin avergonzar a nadie, como una delicadeza de Él. Qué humano, qué comprensivo, qué generoso, qué ilimitado es su Amor por nosotros. Danos Señor también hoy vino cuando nos falta, date Tú cuando te llamamos, date siempre.
Indudablemente Cristo Jesús es el mejor Vino, Él se quedó en el Vino, que en la Eucaristía es transformado en su Preciosa Sangre gracias a la facultad de los Presbíteros. No dejemos de beberlo, así, la vida será una verdadera fiesta.
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