“Jesús lo miró, sintió cariño por él y le dijo: Sólo te falta una cosa:
… Vende todo lo que tienes…”
Mc. 10, 21
Un hombre (no pareciera ser precisamente un joven, como muchas veces se ha insinuado) se acerca a Jesús para preguntarle por la vida eterna. Qué hacer para heredarla?, era su pregunta.
Después de caer en la cuenta que esta persona había cumplido desde joven los mandamientos de la Ley, Jesús le dice “algo te falta” “vende todo”, “entrega tus bienes a los pobres y luego ven y sígueme”. Este hombre se sintió golpeado, dice el Evangelio, porque tenía muchos bienes. Al final, se marchó muy triste.
Un hermoso texto que nos permite mirar nuestra vida respecto del seguimiento de Jesús y de la libertad que tenemos para enfrentar el desafío de seguirlo como discípulos de él.
Preguntar por la vida eterna, para algunos supone algo no menor, que da cuenta de una persona bien enfocada y que tiene una mirada trascendente de su vida. Podríamos decir, alguien que tiene un vuelo alto y que pone sus ojos en lo último y más definitivo. Era el caso de este hombre que nos relata el evangelio.
Para otros la pregunta por la vida eterna, daría cuenta de un hombre ajeno a la realidad temporal, que no ha podido conjugar que la vida eterna en el fondo tiene que ver con las opciones y estilos que se lleven en la vida de cada día y no haciendo abstracción de ella. Es el caso del hombre del evangelio que en definitiva se marcha triste ante la imposibilidad de despojarse de las riquezas que poseía.
A veces nos puede ocurrir que siendo muy religiosos, viviendo ciertos simbolismos de esta especie de una forma permanente, yendo de continuo al templo, “cumpliendo” meticulosamente las observancias religiosas, nuestro corazón se quede “fuera” y no se produzca la conversión que el Señor espera de nosotros. Esta persona tenía todavía su corazón apegado al dinero, aun cuando en la práctica era una persona rigurosa en el cumplimiento de los mandamientos.
Trayendo este episodio a nuestra vida, ¿creemos que Jesús nos diría hoy día ALGO TE FALTA para ser verdadero cristiano, discípulo mío? ¿Qué debería vender, enajenar, dejar, para crecer en libertad y situarme en el grupo de los que se van detrás de Jesús?
Cada uno puede hacer una lectura específica de su vida. Lo concreto es que Jesús nos dice que siempre tenemos que tener esa disposición para “dejar” aquello que obstaculiza y se interpone entre Jesús, los valores del Reino y nosotros. Venderlo todo, obviamente tendrá una connotación distinta para un empresario que para una dueña de casa o un profesional. Pero cada cual en su contexto, se preguntará qué debo vender para crecer en mi vida cristiana. Qué debo dejar, a qué situaciones o esquemas o lugares me he aferrado que no me permiten marcharme junto al Maestro.
Siendo buenos, el Señor espera que seamos mejores. Algo te falta, algo me falta, para ser en el mundo como creyentes, una presencia digna, inspiradora y cautivante para los que se debaten entre la duda, el escepticismo y la indolencia.
Siéntete mirado con cariño por Jesús, el cual una vez más te sigue diciendo, ALGO TE FALTA para que te vengas a mi lado.
3 comentarios:
Hay en los Evangelios muchísimos textos preciosos, pero personalmente este de Marcos es para mí un pasaje muy querido, pues me remonta a mis años pasados cuando buscaba definir mi futuro. La invitación que Jesús le hacía al hombre apuntaba a dejar sus bienes materiales, al menos así se entendió siempre, pero tengo la convicción que era mucho más que eso, también estaba refiriéndose a algunas propiedades que eran producto de su personalidad, de sus oportunidades y/o posibilidades. Al transferir esa invitación a mí, en el lugar y en el hoy de mi vida, a decir verdad, me interpela, porque es muy seguro que he ido acumulando un sin número de riquezas de todo tipo y que posiblemente ni alcance a reconocerlas para empezar a venderlas o dejarlas de lado. El orgullo es causa muchas veces de sentirnos poseedores de la verdad, cuando otros tienen su propia verdad; sentirnos dueños de cualidades que son más bien regalos de Dios, dueños de las personas cuando queremos manipular según nos convenga, dueños del conocimiento cuando hemos logrado estudios superiores, dueños de terrenos y lindos autos, de la mejor tecnología, dueños del tiempo haciendo y deshaciendo para nuestro puro placer, cuántas propiedades queremos sujetar y sin darnos cuenta sólo hacen que seamos esclavos de ellas, justificando que no son lujos sino necesidades. Y me pregunto, Señor Jesús ¿Qué es lo que Tú quisieras que yo venda, regale y luego pueda seguirte? A la luz de esta lectura y de la reflexión que nos ofrece este blog, estoy pensando en mi autosuficiencia, en mi vanidad, en mi status, y en la idea de que los otros están equivicados y sólo yo tengo razón. Mis propiedades materiales no son tantas pero le he dado valor sentimental a pequeños objetos que me cuesta desprenderme tan fácilmente. Al sentirme interpelado, intentaré hacer una buena revisión de lo que me atrapa y empezar a donar y a donarme. Le pediré al Señor que me dé claridad cuando empiece a hacerlo.
Yo quisiera preguntarle a Jesús no qué tengo que hacer para seguirlo ni qué debo vender sino mi pregunta sería: ¿Cómo se hace para desprenderse de esas cosas que nos amarran? De una o de otra manera somos propietarios de mucho, incluso en mi pobreza material yo vislumbro un tesoro de caprichos, gustos, voluntades, pensamientos y reflexiones propias, es decir, creemos ser dueños de algo para no sentirnos pobres y en esa riqueza va la arrogancia y la dependencia. Quiero aprender a ser libre de todo hasta del reloj. Quiero seguir a Jesús como lo quería el hombre que le hizo la pregunta, pero yo también quisiera no irme triste, sino feliz de haber respondido a ese llamado.
Este texto siempre me cuestiona, porque lo encuentro casi imposible. pero al reflexionar sobre mi vida, me doy cuenta que Jesús lo que me pide es una conversión interior. ¿Que cosas que hay en mi corazón me impiden seguir a Jesús? Eso es lo que tengo que "vender" para mi conversión sea posible. Con el paso del tiempo vamos guardando cosas que se hacen un lastre y que no dejan espacio para las buenas acciones y pensamientos positivos que me acerquen cada día más a Dios.
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