martes, 13 de marzo de 2012

LA CASA QUE QUIERE DIOS



"Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.

Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre.

La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de "comprar" a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».

Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.

No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.

Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en "vendedores y cambistas" que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre».Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos"

(José A. Pagola)

Es cierto, necesitamos construir una nueva "Casa", con nuevos cimientos, más firmes, más evangélicos, una Casa en donde vivamos la originalidad y simplicidad del Evangelio, en esa Casa donde se vive para servir y en donde cada hermano se reconoce hijo, hermano y servidor. Vamos a pedirle a Jesús que siga manifestando su indignación cuando nos encuentre distorsionando la Casa del Padre, cuando la religión sea el escondite perfecto para buscar el bien personal y para legitimar lo que la sociedad nos va imponiendo cada día. Cuando el culto no es más que un paréntesiss o un apéndice de la vida y que sólo puede estar en función de legitimar prácticas oscuras o lejanas a la práctica evangélica que nos mostró Jesús con su palabra y acción.

Esa Casa está en nosotros poder construirla, sobre todo cuando vivimos bajo el impulso del Espíritu y dejamos que entre aire fresco a nuestras Comunidades.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este texto no es lejano a la realidad que vivimos hoy, si lo aplicamos al Templo como lugar de oración, pero también como el Templo de nuestro cuerpo, que desde el Bautismo el Espíritu de Dios habita en nosotros. ¿Cómo reaccionaría Jesús si se sentara junto a nosotros un día domingo y escuchara a qué le damos más importancia, al mensaje evangélico, o al bingo, las rifas o el curanto? Estoy segura que nos daría una paliza bien dada. ¿Y nuestro templo interior? Qué horror, rencores, envidias, egoísmos, descalificación, calumnias, etc... Es tiempo de Cuaresma, tiempo para hacer un profundo aseo, de sacar lo que ya no nos sirve, lo que ensucia mis habitaciones, y dejarle un amplio espacio al Amor, a la Fe, a la Esperanza, a la Caridad, al respeto mutuo y al Amor al Prójimo.Y todo esto esto es solo una pincelada, después de encontrarnos nuevamente con el Señor, preguntémonos: ¿Será esta la casa que quiere Dios? Gracias Mario por compartir, un abrazo