lunes, 30 de mayo de 2011

NO LOS DEJARE HUERFANOS






No sé si estaremos de acuerdo, pero tengo la impresión que vivimos en una sociedad con ciertas contradicciones vitales. Cuando más globalizado está el mundo, con más recursos de información, donde nos asomamos con particular rapidez a diversos acontecimientos que se suceden uno tras otro, al mismo tiempo, es cuando más nos sentimos viviendo experiencias fuertes de abandono, desamparo y soledad.

Los veo en muchos rostros que mastican su dolor, su orfandad o solitariedad dando muestras que algo pasa en el corazón humano que da cuenta de una experiencia dicotómica, es decir, como nunca entrelazados e interconectados unos con otros y como nunca, también, viviendo una experiencia de sentirse como a la intemperie, desarropados y desprovistos de alguien o de algo que nos llene de calidez y humanidad.

Me figuro una experiencia parecida la que estarían sintiendo los apóstoles ante la inminente partida de su Señor. “No se inquieten”, les dirá el Señor. Seguramente sentirían apretado el corazón porque lo vivido con su Señor, quedaría en la nada y sus fuerzas se tornarían absolutamente insuficientes para llevar adelante lo que el Maestro les había enseñado.

A veces también pasa entre nosotros que sentimos como que Dios nos abandonara. Como que su silencio fuera tan elocuente que traspasara nuestro ser y nos hiciera llenarnos de preguntas a veces sin respuestas. “¿Por qué me toca sufrir? ¿Por qué este dolor? ¿Por qué me siento solo? ¿Dónde está Dios que no me viene a consolar?”, son algunas preguntas que deambulan en nuestros corazones de continuo.

Pero no, Jesús nos dice: “No los dejaré huérfanos, me voy pero volveré”. Desde esta promesa del Señor, no es pensable, en la lógica de la paternidad y maternidad de Dios, que El pueda abandonar a la criatura humana. Nunca nos dará la espalda como si se desinteresara de nuestras problemáticas. No puede dejarnos solos o solas, pues este Dios Padre y Madre nos toma entre sus brazos y nos cobija en su misericordia y amor incondicional. No nos dejará huérfanos, porque Jesús nos envía su Espíritu el cual nos acompañará, hablará por nosotros, nos defenderá de las fuerzas del Maligno y nos abrirá a nuevos horizontes de vida.

Siente, pues, esta experiencia en tu vida personal y procura vivirla en el seno de tu comunidad y de tu familia. Nada más potente que poder establecer relaciones afectuosas y cálidas en un mundo muchas veces frío e impersonal. Desde la paternidad y maternidad de Dios, no te sientas solo(a) y al mismo tiempo lleva esta noticia a otros que a veces pasan por el desamparo, la soledad y el abandono.

martes, 10 de mayo de 2011

DE EMAUS A JERUSALEN: El camino del retorno a la vida.






Aturdidos por la desesperanza y por el sueño apagado y abruptamente terminado, caminan dos discípulos de Jesús, comentando lo que había ocurrido en Jerusalén y ahora de regreso a Emaús.


Son Cleofás y el otro discípulo. Que habían creído en el Maestro y ahora caminan desolados y tristes.


Estos dos discípulos hoy son María y Juan; Pedro y Rosa. Son de La Legua o La Victoria, de Las Condes o de Calama. Adultos o jóvenes, mujeres u hombres. Profesionales u obreros, empobrecidos o poderosos. Da lo mismo, muchas veces.


En verdad, Emaús, es la cuidad de la tristeza y el dolor. La ciudad de la tiniebla y de la muerte. El camino de la luz que se apaga y de la desesperanza que se anida en el fondo del corazón. Es el camino que nos paraliza y nos desconcierta.


La ciudad que nos atrapa y nos consume. No hay caso, también para nosotros a veces el horizonte de vida es Emaús.


Somos tentados por abandonar todo esfuerzo y nos abandonamos en un "gris pragmatismo" (Benedicto XVI) que todo lo sustenta en la racionalidad, el inmediatismo y la eficiencia momentánea. Para después quedar vacíos, cuando nos toque esperar y el silencio se haga evidente en nuestro camino. A veces, Emaús es fuerte y nos atrapa.

Pero no, hay otro camino mejor.


El camino a Jerusalén, del cual Jesús es el PEREGRINO por excelencia, que te acompaña y te seduce, es el camino que nos lleva a la ciudad de la vida y de la luz.


En Jerusalén está lo mejor que nos puede pasar, a cambio de rehacer el camino, desandar lo andado y tomar la dirección que nos lleva a Jerusalén.


Jerusalén no nos exime de abrir los ojos y dejarnos conducir por el Señor. En este camino, tendremos que luchar, volver a creer y hacernos verdaderamente discípulos.


De manera silenciosa, Dios nos interrogará por nuestra vida y nos preguntará de aquello que conversamos y ocupa nuestro corazón. Y con finura y claridad nos introducirá en la verdad plena para que comprendamos por dónde camina la vida de cada cual.


Junto a María y Juan; Pedro y Rosa, hagámos de nuevo el camino del retorno. Si hasta ahora de preferencia caminábamos a Emaús, ahora hagámoslo a Jerusalén en donde está la Vida y la Luz.