Que este cirio siga ardiendo para disipar la oscuridad de la noche.
Una nueva creación se hace evidente en el RESUCITADO.
"No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho"
Mt. 28, 5-6
Por todas partes, en todos los rincones de la tierra, en muchas catedrales, basílicas, templos y capillas, nuestras comunidades cristianas, han celebrado el hecho macizo, decisivo y fundamental como es la resurrección de Jesús.
Hay que decirlo desde un comienzo: En Cristo Crucificado y Resucitado, está el fundamento de nuestra vida cristiana. Su Misterio, su Palabra, su Causa, su Proyecto, su Utopía es lo que está VIVO con su resurrección. Nada de él ha muerto. Es, pues, el mismo Crucificado el que ha resucitado. Por eso la información de su resurrección provocó tanto desconcierto y desazón en quienes lo habían aniquilado. No era cualquier resucitado, ¡ERA EL MISMO CRUCIFICADO! y desde que ahí que su Causa no paró nunca más hasta nuestros días. ¡Y nosotros somos testigos de ello!
Desde este punto de vista, celebrar al Resucitado supone para nosotros creyentes caer en la cuenta que su Causa no ha sido derrotada, que ella está viva por siempre y que hacerse parte de esta fe en el Resucitado, presupone hacerla hoy parte de nuestra vida. Su Causa, (el Reino), su Proyecto, su Utopía, por estar vivos en su resurrección, han de definir nuestra fe creyente y el modo de relacionarnos en el mundo y en la Iglesia.
Lo verdaderamente importante será volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido que ha de tener para nosotros la fe en la resurrección y así llegar a tener una fe lúcida. Es hacernos parte de las opciones que Jesús hizo: su actitud ante la historia, su opción por los pobres y excluidos, su propuesta de vida, su lucha decidida por liberar de esclavitudes, su Causa, en definitiva, de esta manera la resurrección no será sólo la contemplación pasiva de un dato del pasado o la celebración de una verdad teórica abstracta de un acontecimiento que no toca las bases de nuestra propia vida.
Con Cristo Resucitado tenemos derecho Y LA POSIBILIDAD, cierta, de levantarnos del sepulcro para mirar el horizonte desde la perspectiva del Crucificado y de la VIDA nueva que se nos ofrece. Con el Crucificado debe morir algo en nosotros. En los laicos, en la Jerarquía, en nuestras Comunidades. Con el Resucitado ha de hacerse evidente el mundo nuevo que anhelamos y también la necesidad de una Iglesia rejuvenecida, renovada, evangélica, espiritual y transformada.
Para ello, es preciso “volver a Galilea”, porque ahí encontraremos al Resucitado.
Hay que decirlo desde un comienzo: En Cristo Crucificado y Resucitado, está el fundamento de nuestra vida cristiana. Su Misterio, su Palabra, su Causa, su Proyecto, su Utopía es lo que está VIVO con su resurrección. Nada de él ha muerto. Es, pues, el mismo Crucificado el que ha resucitado. Por eso la información de su resurrección provocó tanto desconcierto y desazón en quienes lo habían aniquilado. No era cualquier resucitado, ¡ERA EL MISMO CRUCIFICADO! y desde que ahí que su Causa no paró nunca más hasta nuestros días. ¡Y nosotros somos testigos de ello!
Desde este punto de vista, celebrar al Resucitado supone para nosotros creyentes caer en la cuenta que su Causa no ha sido derrotada, que ella está viva por siempre y que hacerse parte de esta fe en el Resucitado, presupone hacerla hoy parte de nuestra vida. Su Causa, (el Reino), su Proyecto, su Utopía, por estar vivos en su resurrección, han de definir nuestra fe creyente y el modo de relacionarnos en el mundo y en la Iglesia.
Lo verdaderamente importante será volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido que ha de tener para nosotros la fe en la resurrección y así llegar a tener una fe lúcida. Es hacernos parte de las opciones que Jesús hizo: su actitud ante la historia, su opción por los pobres y excluidos, su propuesta de vida, su lucha decidida por liberar de esclavitudes, su Causa, en definitiva, de esta manera la resurrección no será sólo la contemplación pasiva de un dato del pasado o la celebración de una verdad teórica abstracta de un acontecimiento que no toca las bases de nuestra propia vida.
Con Cristo Resucitado tenemos derecho Y LA POSIBILIDAD, cierta, de levantarnos del sepulcro para mirar el horizonte desde la perspectiva del Crucificado y de la VIDA nueva que se nos ofrece. Con el Crucificado debe morir algo en nosotros. En los laicos, en la Jerarquía, en nuestras Comunidades. Con el Resucitado ha de hacerse evidente el mundo nuevo que anhelamos y también la necesidad de una Iglesia rejuvenecida, renovada, evangélica, espiritual y transformada.
Para ello, es preciso “volver a Galilea”, porque ahí encontraremos al Resucitado.