viernes, 25 de marzo de 2011

SABER ESCUCHAR

¡ESCUCHENLO!

¡Con los oídos y el corazón bien abiertos!



El domingo recién pasado, en el texto de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, (Mt. 17, 1-9), una voz que venía desde lo alto decía: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Se trata, pues, de saber conjugar el verbo ESCUCHAR en nuestra vida espiritual para que la Palabra de Dios, llegue y entre en nuestros corazones.

Pero para saber escuchar, me parece que tenemos que crear algunas condiciones o disposiciones previas, que nos permitan ejercitarnos con propiedad en este arte de saber escuchar a Dios en las diversas circunstancias de la vida.

Por de pronto, debemos ser capaces de ACALLAR OTRAS VOCES disonantes, aturdidoras y estridentes que no nos permiten crear un espacio dentro de nosotros de tranquilidad y sosegamiento. Esas voces que nos hablan de mil maneras y que son voces que se disputan nuestra atención y esmero.

Para escuchar hay que SILENCIAR EL CORAZON, porque “nada en este mundo se parece tanto a Dios como el silencio”. Si silenciamos el corazón, no es para que quede vacío y desnudo, sino para prepararlo a recibir a ese HUESPED que toca la puerta y quiere entrar a conversar con cada uno.

La escucha también trae consigo riesgos, por eso debemos prepararnos para ESCUCHAR AUN AQUELLO QUE NO NOS CONVIENE. A veces por no querer escuchar algo que nos desagrada o que nos desafía, acallamos esa VOZ de Dios y nos entregamos al ruido incesante de las actividades sin frenos, del ir y venir sin ponderación, de la búsqueda de escondites que nos permitan sortear esa voz que nos desnuda y nos interpela.

La escucha nos debe llevar a la obediencia, tal como nos cuenta Gén. 12,1-4 al narrarnos la vocación de Abrahám. “Sal de tu tierra y ve al lugar que Yo te mostraré”, le dice Dios y la escucha activa de nuestro padre en la fe, le supuso partir, dejar familia, propiedades y embarcarse con rumbo desconocido hacia la tierra prometida. También para nosotros la escucha es como “salir de la tierra”, obedecer la Palabra y comenzar una nueva vida.

Se trataría de escuchar de manera ACTIVA y COMPROMETIDAMENTE, es decir, haciéndome cargo de aquello que estoy oyendo para proyectarlo en un compromiso de vida y de cambio y renovación. No es una escucha pasiva para quedar en el mismo punto del comienzo, sino una escucha que te lleva al camino, a salir, marchar hacia lo nuevo y quizás lo desconocido y que se ha de descubrir mientras se peregrina.


Tratemos de AFINAR EL OIDO, sobre todo el oído del corazón, para ESCUCHAR al Señor que nos habla de muchas maneras, incluso cuando nos debatimos en la noche del dolor y la desesperanza.

Saber escuchar, la tarea de esta cuaresma. Escuchar al Señor en cada circunstancia y acontecimiento de nuestra vida, de la misma realidad eclesial (dolorosa, compleja) y de los vaivenes sobre los cuales se mueve hoy nuestro mundo.

¡HABLAME, SEÑOR, QUE TE ESCUCHO!

domingo, 13 de marzo de 2011

EDIFICANDO SOBRE ROCA




La solidez y firmeza de un edificio, de una casa o de cualquier construcción está dada por la calidad de su fundamento. Si el fundamento o la base son frágiles, ese edificio estará siempre expuesto a derrumbarse ante los embates de la naturaleza, sea un temblor, un desborde de un río o por el desgaste propio de los años. Por el contrario, si la base o el fundamento son verdaderamente sólidos, cualquier construcción enfrentará mejor los fuertes oleajes y los inconvenientes propios de la naturaleza.

En esta misma línea nos ha hablado Jesús en su Palabra el domingo recién pasado, al decirnos que el hombre sensato es aquel que escucha y practica la Palabra y de este modo se parece a aquel que construye la casa sobre roca. No así el hombre insensato, que escuchando la Palabra no la practica, es igual que aquel que construye sobre arena, todo se derrumba fácilmente porque los cimientos no son los adecuados.

Iniciando el tiempo de Cuaresma (cuarenta días de preparación a la Pascua), viene bien preguntarnos por el FUNDAMENTO o la BASE sobre la cual hemos venido construyendo la vida en este tiempo. Mirar sobre qué EJE fundamental gira nuestro quehacer. Ver cuáles son las motivaciones y las inspiraciones fundamentales que le van dando cuerpo a nuestra existencia, pues dependerá del fundamento que tengamos en el edificio de nuestra vida, para saber también qué consistencia tendrá el ejercicio siempre desafiante de vivir la vida con las distintas opciones que van apareciendo a diario.

En estas semanas, ante un hecho de evidente connotación pública, que tiene que ver con nuestra Iglesia, hemos sido testigos de personas que han declarado públicamente que fueron manipulados en sus conciencias, en la vivencia de su fe y en el modo de concebir la libertad y la autonomía que todo ser humano ha de conquistar y vivir. Ante esto, hemos de decir que nadie se puede erigir como “fundamento” de nuestra vida. No podemos entregarle a nadie las riendas de nuestro ser, de nuestras decisiones, ni tampoco dispensarnos de la ineludible tarea de enfrentar los desafíos que aparecen a diario en nuestra existencia y ser capaces de tomar opciones coherentes y razonables. Sólo Jesús puede ser la ROCA que de solidez y seguridad a nuestra vida. Ni un sacerdote, ni un obispo, o un teólogo, un amigo, un filósofo, o un político, nadie, puede ocupar el sitio que le corresponde al Señor.

No necesitamos gurúes, ni líderes manipuladores, ni fanáticos religiosos ni falsos mesías Fijémonos, pues, sobre qué fundamento estamos construyendo nuestra vida, no vaya a ser cosa que esta base sea frágil y movediza que terminemos por sucumbir ante las exigencias que la vida nos presente cada día.

Cuaresma puede ser un buen tiempo para hacer este ejercicio de discernimiento y colocar como FUNDAMENTO al mismo Señor que es la ROCA que nos salva.