En estos últimos domingos hemos venido proclamando el Sermón de la Montaña (cap. 5 al 7 de San Mateo), en donde Jesús, al igual que Moisés en el Sinaí, nos ha ido entregando la nueva ley que viene a completar y darle pleno sentido a la ley antigua.
Esta nueva ley de Jesús, no es otra cosa que vivir el AMOR, ley nueva y definitiva que se proyecta en dos direcciones indisolubles: hacia Dios y hacia el prójimo.
Nueva ley que pone al discípulo en una nueva perspectiva de vida. En un nuevo horizonte. Ley que pone al discípulo de lleno en una nueva dimensión de vida, con altas exigencias, llamando a vivir en el máximo de sus capacidades.
Nosotros de ordinario nos hemos ido acostumbrando a vivir en el MINIMO o en lo básico de nuestro ser religioso, concibiendo así lo que podríamos llamar una “ética minimalista”. Sólo el mínimo o lo básico. Por eso nos contentamos y con suerte de “no matar”, “no ofender” “no adulterar” o nos mueve el “ojo por ojo, diente por diente”. Los “NOES” nos definen en nuestro actuar, pero me parece que eso es poco todavía para quedarnos satisfechos, quizás esto responde a una mentalidad “precristiana” donde me temo, muchos de nosotros todavía pertenecemos.
Jesús, en cambio, nos invita a vivir una “ética maximalista”, es decir, darle un giro al antiguo mandamiento y completarlo con la revelación del Maestro.
Si antes se dijo, Yo les digo, nos dirá el Señor. No basta no hacer el mal, es preciso saber hacer el bien. No basta vivir la vida cristiana desde el legalismo y la formalidad de lo que no hay que hacer, sino que es preciso ir más allá para hacer nuestras las exigencias del AMOR como ley fundamental de la vida cristiana.
Vivir la nueva ley de Jesús por cierto que es humanamente imposible o muy complejo. Hay excepciones, por ejemplo un Maximiliano Kolbe que dio la vida por otro prisionero, sin embargo la gracia de Dios hará que podamos ir en esta dirección y podamos asimilar la nueva ley del Sermón de la Montaña.
Es decir, superar el mínimo para aspirar al máximo, como nos pide Jesús.