“Anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres,
y así tendrás un tesoro en el Cielo.
Después, ven y sígueme”
Mc. 10, 21
y así tendrás un tesoro en el Cielo.
Después, ven y sígueme”
Mc. 10, 21
Un hombre va al encuentro de Jesús y poniéndose de rodillas delante de él, le dice: "Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?"
Por mucho tiempo, se asociaba este texto del llamado “joven rico” (el texto no habla específicamente de que sea joven) al llamado del cual son objeto los religiosos y religiosas, quienes dejando bienes, personas, lugares, escuchan a Jesús que les llama a seguirle y, así, entraban en un camino de “perfección evangélica” y santidad. Pero claro, hoy está meridianamente precisado, que este llamado de Jesús no es sólo para este tipo de cristianos, sino para todos los que también en su estado secular de vida, quieren tomar en serio el Evangelio y vivirlo desde su propia condición laical.
Como esta persona es consciente que ha vivido los mandamientos desde joven, Jesús le pide que de un paso más en libertad para lo cual lo exhorta a vender todo, compartir con los pobres el beneficio de esa venta y luego seguirlo. El texto nos atestigua que este hombre se sintió golpeado profundamente y se puso triste porque era muy rico. Todavía no había dado el paso hacia la libertad como riqueza en su propia vida. Y tuvo que echar pie atrás y volver a su vida anterior que no era mala, pero que el Señor quería que fuera mejor. Así, la riqueza se tornó para este hombre en valla insalvable para un crecimiento cualitativo de su persona.
Algo parecido nos puede pasar a nosotros.
La vida cristiana la podríamos comparar con alguien que practica atletismo. El deportista de esta especialidad, si quiere ser coherente con su deporte, siempre se irá colocando metas más altas. Intentará batir cada vez sus propios récords, como una manera de darle dinamismo a su propia disciplina deportiva. La vida cristiana es algo parecido.
Nosotros no podemos contentarnos con una vida religiosa más o menos formal y rutinaria. O con llevar una vida “sólo buena”. Por el contrario, hoy mismo Jesús nos dice claramente que TODAVIA NOS FALTA ALGO para poder estar en la línea de aquellos que han tomado en serio su vida y la van orientando en dirección al Evangelio.
Algo nos puede faltar todavía para profundizar aún más nuestra vida, nos preguntamos: ¿Qué puede ser? ¿Qué te falta todavía para ser un mejor padre o madre de familia? ¿Qué te falta todavía para ser un mejor hermano o hijo, un mejor vecino, un mejor profesional, un mejor religioso o laico comprometido?
A pesar de todas nuestras carencias, ¡qué lindo es saber que Cristo espera todavía más de cada uno! Todavía espera nuevas marcas en nuestro propio desarrollo espiritual y humano.
Anda, pues, hermano, vende todo, si, todo, todo lo que no te conviene, lo que te estorba, lo que te impide ser más libre para encontrar mayores caminos de libertad y así tener un corazón más disponible para seguir a Jesús.
Jesús espera más de tí. Porque la vida cristiana es siempre un desafío permanente por alcanzar nuevas metas y nuevos logros.
Confía en tí y confía en el Señor que te mira con cariño cada día.
Por mucho tiempo, se asociaba este texto del llamado “joven rico” (el texto no habla específicamente de que sea joven) al llamado del cual son objeto los religiosos y religiosas, quienes dejando bienes, personas, lugares, escuchan a Jesús que les llama a seguirle y, así, entraban en un camino de “perfección evangélica” y santidad. Pero claro, hoy está meridianamente precisado, que este llamado de Jesús no es sólo para este tipo de cristianos, sino para todos los que también en su estado secular de vida, quieren tomar en serio el Evangelio y vivirlo desde su propia condición laical.
Como esta persona es consciente que ha vivido los mandamientos desde joven, Jesús le pide que de un paso más en libertad para lo cual lo exhorta a vender todo, compartir con los pobres el beneficio de esa venta y luego seguirlo. El texto nos atestigua que este hombre se sintió golpeado profundamente y se puso triste porque era muy rico. Todavía no había dado el paso hacia la libertad como riqueza en su propia vida. Y tuvo que echar pie atrás y volver a su vida anterior que no era mala, pero que el Señor quería que fuera mejor. Así, la riqueza se tornó para este hombre en valla insalvable para un crecimiento cualitativo de su persona.
Algo parecido nos puede pasar a nosotros.
La vida cristiana la podríamos comparar con alguien que practica atletismo. El deportista de esta especialidad, si quiere ser coherente con su deporte, siempre se irá colocando metas más altas. Intentará batir cada vez sus propios récords, como una manera de darle dinamismo a su propia disciplina deportiva. La vida cristiana es algo parecido.
Nosotros no podemos contentarnos con una vida religiosa más o menos formal y rutinaria. O con llevar una vida “sólo buena”. Por el contrario, hoy mismo Jesús nos dice claramente que TODAVIA NOS FALTA ALGO para poder estar en la línea de aquellos que han tomado en serio su vida y la van orientando en dirección al Evangelio.
Algo nos puede faltar todavía para profundizar aún más nuestra vida, nos preguntamos: ¿Qué puede ser? ¿Qué te falta todavía para ser un mejor padre o madre de familia? ¿Qué te falta todavía para ser un mejor hermano o hijo, un mejor vecino, un mejor profesional, un mejor religioso o laico comprometido?
A pesar de todas nuestras carencias, ¡qué lindo es saber que Cristo espera todavía más de cada uno! Todavía espera nuevas marcas en nuestro propio desarrollo espiritual y humano.
Anda, pues, hermano, vende todo, si, todo, todo lo que no te conviene, lo que te estorba, lo que te impide ser más libre para encontrar mayores caminos de libertad y así tener un corazón más disponible para seguir a Jesús.
Jesús espera más de tí. Porque la vida cristiana es siempre un desafío permanente por alcanzar nuevas metas y nuevos logros.
Confía en tí y confía en el Señor que te mira con cariño cada día.
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