que El nunca retirará.
"La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto
abundante, y así sean mis discípulos"
Jn. 15, 8
La alegoría que usa Jesús de la vid y los sarmientos, haciendo referencia a la relación que ha de darse entre el discípulo y El, me hace pensar en el SUEÑO DE DIOS para con cada uno de nosotros.
Cuando nuestra madre nos estaba gestando en su vientre, se fue dibujando en su seno una nueva criatura, única e irrepetible, sobre la cual Dios fue colocando su huella para dotarla de una potencialidad que se debería desarrollar y alcanzar en el transcurso de la vida. Ya dentro del vientre de nuestra madre, Dios nos miró con cariño, nos amó primero y nos llenó de su imagen para darnos la capacidad de entregar nuestro propio aporte en beneficio de los demás.
En esta marca registrada, que somos cada uno, Dios tiene un sueño y éste no es más que cada ser humano pueda DAR FRUTOS ABUNDANTES, alcanzando toda su potencialidad y grandeza de acuerdo a lo que Dios nos regaló a cada cual.
Y este es el desafío, alcanzar la plenitud de la vida, dando frutos concretos en la vida.
Ocurre que a veces no damos los frutos esperados. Razones pueden haber muchas. Algunos queriendo desarrollarse más, no encuentran el espacio o la oportunidad adecuada en la sociedad y se quedan o los dejan a mitad de camino en su desarrollo humano. Otras personas, quieren crecer, pero basan todo su potencial en las fuerzas propias y aquí cabe la palabra de Jesús que nos dice “ustedes sin Mí no pueden hacer nada”.
En más de alguna ocasión, queremos dar frutos, vivir a “concho” nuestra vida, pero se asoma hasta nosotros esa cara oculta que nos martiriza y que tiene que ver con nuestra fragilidad e inconsecuencia. Aquí suena interpeladora esa frase del apóstol Pablo “queriendo hacer el bien que quiero, hago el mal que no quiero”. Con el apóstol uno se pregunta, “¿qué me pasa?” Y claro, junto con Pablo caemos en la cuenta que ante la debilidad se hace más potente y necesaria la fuerza de Dios, para que de esa manera no nos vanagloriemos en las capacidades humanas, siempre tan limitadas y mediocres, sino que brille la gracia de Dios.
Aún así, y teniendo en cuenta todas las variables, de diversa índole, que hoy se pueden estar asomando a nuestra vida y que a lo mejor nos están impidiendo DAR FRUTOS, debemos renovar nuestra ilusión que el Señor nos quiere a su lado y que estando junto con El, arraigados plenamente en El, tomados de su mano, tendremos la fortaleza y la sagacidad suficiente para no rompernos en el camino y seguir soñando con una vida mejor, para uno y para los demás.
Más allá de la mediocridad evidente del ambiente, de las personas que a veces nos rodean y de la indolencia de nuestra parte por dejarnos podar por el Señor, estemos seguros que HOY nuevamente el Señor me invita a vivir a cabalidad el sueño que El tiene para con cada uno, llegar a ser para lo que fuimos creados y sobre lo cual nos fuimos gestando en el vientre materno.
La mano de Dios quedó registrada para siempre en nuestro ser y esa es nuestra alegría que nadie ni nada podrá cambiar.
Cuando nuestra madre nos estaba gestando en su vientre, se fue dibujando en su seno una nueva criatura, única e irrepetible, sobre la cual Dios fue colocando su huella para dotarla de una potencialidad que se debería desarrollar y alcanzar en el transcurso de la vida. Ya dentro del vientre de nuestra madre, Dios nos miró con cariño, nos amó primero y nos llenó de su imagen para darnos la capacidad de entregar nuestro propio aporte en beneficio de los demás.
En esta marca registrada, que somos cada uno, Dios tiene un sueño y éste no es más que cada ser humano pueda DAR FRUTOS ABUNDANTES, alcanzando toda su potencialidad y grandeza de acuerdo a lo que Dios nos regaló a cada cual.
Y este es el desafío, alcanzar la plenitud de la vida, dando frutos concretos en la vida.
Ocurre que a veces no damos los frutos esperados. Razones pueden haber muchas. Algunos queriendo desarrollarse más, no encuentran el espacio o la oportunidad adecuada en la sociedad y se quedan o los dejan a mitad de camino en su desarrollo humano. Otras personas, quieren crecer, pero basan todo su potencial en las fuerzas propias y aquí cabe la palabra de Jesús que nos dice “ustedes sin Mí no pueden hacer nada”.
En más de alguna ocasión, queremos dar frutos, vivir a “concho” nuestra vida, pero se asoma hasta nosotros esa cara oculta que nos martiriza y que tiene que ver con nuestra fragilidad e inconsecuencia. Aquí suena interpeladora esa frase del apóstol Pablo “queriendo hacer el bien que quiero, hago el mal que no quiero”. Con el apóstol uno se pregunta, “¿qué me pasa?” Y claro, junto con Pablo caemos en la cuenta que ante la debilidad se hace más potente y necesaria la fuerza de Dios, para que de esa manera no nos vanagloriemos en las capacidades humanas, siempre tan limitadas y mediocres, sino que brille la gracia de Dios.
Aún así, y teniendo en cuenta todas las variables, de diversa índole, que hoy se pueden estar asomando a nuestra vida y que a lo mejor nos están impidiendo DAR FRUTOS, debemos renovar nuestra ilusión que el Señor nos quiere a su lado y que estando junto con El, arraigados plenamente en El, tomados de su mano, tendremos la fortaleza y la sagacidad suficiente para no rompernos en el camino y seguir soñando con una vida mejor, para uno y para los demás.
Más allá de la mediocridad evidente del ambiente, de las personas que a veces nos rodean y de la indolencia de nuestra parte por dejarnos podar por el Señor, estemos seguros que HOY nuevamente el Señor me invita a vivir a cabalidad el sueño que El tiene para con cada uno, llegar a ser para lo que fuimos creados y sobre lo cual nos fuimos gestando en el vientre materno.
La mano de Dios quedó registrada para siempre en nuestro ser y esa es nuestra alegría que nadie ni nada podrá cambiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario