“¿Cuántas veces deberé perdonar?”
“No guardes rencor a tu prójimo”
Hace
unas semanas, una bomba, que detonó en una estación del Metro en Santiago,
sembró el pánico entre la población, además de algunos heridos que trajo como
consecuencia la explosión de dicho artefacto. Dicha bomba, según un movimiento
anarquista que se la adjudicó, no buscaba atentar contra las personas inocentes
que transitaban a esa hora por dicha estación, sino un acto en contra del poder
establecido y de la clase dominante que oprime y se vale de los más desposeídos
y excluidos de la sociedad.
Sin
duda, todavía queda mucho por investigar y llegar a los responsables y conocer
su método de actuar y descubrir su móvil e inspiración. La justicia deberá
hacer su trabajo y la ciudadanía confía que aquello ocurrirá en cuanto llegar a
los culpables, conocer de sus pruebas acusatorias, realizar el juicio en
cuestión y, en definitiva, castigar dicha acción temeraria que tanto daño
provoca a la sociedad en su conjunto. Porque es claro que cualquier bomba que
sea colocada en el corazón de la sociedad, nada bueno puede traer y más aún,
provocará que el miedo se instale en los ciudadanos y merme la sana convivencia
entre los mismos. Una bomba nada bueno puede traer, aunque para algunos sea un
método atendible a sus objetivos e inspiraciones.
Haciendo
un parangón con este acto violentista, podemos decir que también hay ciertas
bombas en nuestro corazón que necesitamos desactivar con urgencia. Nadie puede
vivir cohabitando con sentimientos malos o negativos que no hacen más que
horadar y destruir a la misma persona que los va incubando en su interior.
A
este respecto una página bíblica del A.T. (Eclesiástico, 27,30 – 28,7), nos
señalaba que “el rencor y la ira son
abominables … perdona el agravio a tu prójimo … acuérdate del fin, y deja de
odiar … acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo …
piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa …” El odio, el
rencor, el ánimo de venganza, la ira, el enojo, la ofensa, son verdaderas
bombas que a veces se instalan dentro de nosotros y que imperiosamente
necesitamos desactivar para que nuestra vida irradie luz y tengamos paz en el
corazón. Nadie puede vivir –si no es a un precio muy alto de deshumanización-
vivir con estos sentimientos y actitudes que van mutilando nuestro interior y
nos pueden dañar hasta la misma muerte.
El
perdón, que está en el ADN del cristianismo y es uno de los aportes esenciales
al mundo occidental, es una expresión clara del mandamiento del amor que nos ha
dejado como legado de su apostolado y anuncio evangélico el mismo Jesús.
Perdonar y pedir perdón hace bien al corazón y la vida de cada ser humano que
ha entendido el corazón mismo del evangelio. Es un ejercicio tremendamente liberador,
que si bien es cierto es un camino difícil y complejo, que requiere de mucho
coraje y valentía por quien lo vive, es una experiencia que ciertamente
devuelve a la persona su dignidad y luminosidad. Porque cuando el alma se llena
de sentimientos malos, ciertamente la vida se torna oscura y mezquina. Porque:
¿acaso el odio, el rencor, la venganza pueden ser una fuerza movilizadora para
una persona bien inspirada? Me temo que
no.
¿Cuántas veces debo perdonar?, pregunta Pedro a Jesús (cf Mt. 18, 21-35) queriendo
cuantificar la experiencia del perdón que ha de vivirse en el seno de la
Comunidad de los discípulos. El perdón
no tiene límites, dice el Señor, debe ser “setenta veces, siete”, siempre,
y realizado con todo el corazón. Al perdón sin límites de Dios para con la
criatura, equivale el perdón que ha de ofrecer el discípulo a quien lo ha
ofendido.
Debemos
profundizar esta experiencia del perdón en nuestra vida cotidiana. No es sólo
un tema de fe (sin bien es cierto lo exige Jesús a quienes lo siguen y lo
tienen como su Maestro para vivirlo en la Comunidad), sino también es una
experiencia que hace bien vivirla en las relaciones humanas cotidianas, pues el
perdón es capaz de romper el círculo vicioso que puede darse cuando se anidan
sentimientos de rencor, venganza y odio como a veces nos toca experimentar.
Los
padres deberían enseñar de continuo a sus hijos a vivir la doble y noble
experiencia de PERDONAR y PEDIR PERDON. Perdonar
cuando dos hermanos se han atacado y han tenido malos entendidos, de manera
permanente y continua. Y pedir perdón cuando uno ha ofendido al
otro en un acto de coraje y audacia. Este mero ejercicio cotidiano, me parece
puede construir en la persona una estructura humana que lo puede capacitar
mejor para luego insertarse en la sociedad y vivir en esta dimensión la vida de
cada día.
Hace
falta desactivar esas “bombas
existenciales negativas” que a veces se pueden incrustar en nuestro ser
para que la vida tenga una dimensión más luminosa y plena. El odio, la
venganza, el rencor, nada aportan, sólo limitan y llevan muerte a la persona. En cambio el camino del perdón, aun cuando
siendo complejo y difícil, siempre traerá algo mejor para la persona y su red
de relaciones, sea la familia, la sociedad o la misma comunidad cristiana.
Vivamos
esta dimensión de la vida, con la intensidad y la originalidad, con la que nos
la pide el mismo Jesús: setenta veces
siete. Y de seguro que muchas experiencias hermosas podrán nacer en nuestros
corazones.