“Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra …
Ustedes son la luz
del mundo …”
Utilizando dos metáforas muy
sencillas y expresivas, como son la sal y la luz, Jesús se dirige a sus
discípulos para hablarles sobre la misión que les incumbirá desarrollar en el
seno del mismo Imperio de Roma, como continuadores de su vida y misión.
Analizando estos elementos, a
los cuales Jesús echa mano para expresar la misión que han de tener los
discípulos de él en el mundo, nos damos cuenta que la sal sirve, entre otras
cosas, para darle sabor y condimentar los alimentos y para preservar los
alimentos de la corrupción. Al mismo tiempo, un recipiente con sal aislado, no
sirve para nada. La sal en sí misma, no tiene sentido, la tiene, tanto en
cuanto, entra en contacto con los alimentos y se “pierde” en medio de ellos
condimentándolos y dándoles un sabor especial.
Siguiendo con la metáfora de la
sal, nos encontramos que el llamado de Jesús al cristiano tiene una connotación
eminentemente misionera. El cristiano no puede quedar encerrado en sí mismo, en
una autocontemplación pasiva y narcisista de su vida privada e individualista,
sino que ha de entrar en “contacto” con los demás, dándole un “sabor” distinto
a las realidades de esta vida y ayudar para que el mundo no se corrompa más de
lo que en la actualidad puede estarlo, en la medida que el “dios” dinero, la
corrupción en los distintos niveles y las realidades de pobreza y marginalidad
así lo están demostrando.
Linda misión, necesaria tarea,
urgente opción, la de darle un sentido especial a la vida, a las redes humanas
que se vayan creando, al sentido de vida que se van asumiendo, a los enfoques
sobre los cuales se puede estar construyendo la vida en la actualidad. No podemos
callar nuestra especificidad como cristianos, es nuestro deber aportar con
aquello específico que se desprende del Evangelio como el mensaje nuevo y bueno que la humanidad necesita.
Un rico simbolismo para pensar, en qué medida puedo ser un pequeño aporte para
cambiar el mundo en el que vivimos.
La metáfora de la luz no deja
de ser expresiva y desafiante. El mismo Jesús dijo de si mismo: YO SOY LA LUZ
DEL MUNDO, el que me sigue no caminará en tinieblas. Entonces por conclusión
básica, se trata de ser luz llevando la misma LUZ del Señor a los demás. Y esta
luz, por ser el mismo Jesús, va a disipar todas las tinieblas y oscuridades que
puedan estar sofocando nuestra realidad. Es en el mismo Maestro, en el contacto
con él, que nuestra vida debería tornarse “luminosa” para el entorno en el cual
vivimos. Es una tarea no fácil, porque a veces nosotros transitamos por
senderos de oscuridad que hacen opaca nuestra vida, y por otro lado, existen
situaciones, de diverso nivel, que son
expresiones de un mundo oscuro y pequeño.
Con todo, tenemos que tener
claro que la luz es más fuerte que la oscuridad. Por eso, el cristiano se mueve
en la esfera de la esperanza y el desafío porque no ha sido enviado a dar una
lucha sin sentido. Al contrario, lo vemos a diario, en lo pequeño, en lo
sencillo, en la cotidianidad de la vida, vamos experimentando pequeños momentos
luminosos y de luz. Se puede vencer el odio con el amor. La mentira con la
verdad. La indolencia con la solidaridad. La violencia con la paz. Ahí se hace
presente que la luz es más fuerte que la oscuridad, aunque aparentemente
consideremos lo contrario.
Cuando Jesús les dijo a sus
discípulos que tenían que ser SAL y LUZ, ellos eran un grupo pequeño en el
contexto del Imperio de Roma. Pues, bien, si se los dijo es porque creía en la
fuerza transformadora de su mensaje en el mundo. Por eso mismo, sintiéndonos
hoy el grupo de los discípulos del Señor, acometamos este desafío en un mundo
que aparentemente se mueve y es gobernado bajo otras coordenadas.
Con Jesús, seamos, entonces,
SAL de la tierra y LUZ para el mundo.