“Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en
las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia
del Reino
y sanando todas las enfermedades y dolencias de la
gente”.
Después de ser bautizado por Juan Bautista en el Jordán, Jesús inicia su
vida pública exhortando a la gente a la conversión y llamando discípulos para
que le acompañen en su tarea apostólica. Su dinamismo evangelizador queda claro
a todas luces, pues el mismo evangelista Mateo nos dice que “recorría toda
Galilea”, en el cual su misión será anunciar Buenas Noticias, hacer saber que
el Reino de los Cielos está cerca, cuestión tal que se manifiesta ya en cuanto
Jesús sana todas las enfermedades y las dolencias de la gente.
En pocas palabras, podemos señalar que aquí encontramos el corazón del
Evangelio y del Mensaje de Jesús: Vino a predicar el Reino, a urgir por un giro
existencial profundo (conversión) y SANAR a los enfermos y los que sufren de
alguna dolencia.
A partir de este episodio en la vida de Jesús, (el inicio de su vida
pública y de su apostolado), podríamos intentar sacar algunas lecciones para
nuestra vida y apostolado, en la medida que siempre será o debe ser Jesús el
paradigma sobre el cual nos reflejamos y proyectamos como continuadores de la
obra salvadora del Señor.
Jesús recorre toda Galilea. Esto nos demuestra
que hoy nuestra Iglesia debe ser capaz de imprimirle un dinamismo nuevo a su
compromiso misionero. Salir al encuentro de los que están en las periferias.
Desinstalarnos de nuestra comodidad y posible aburguesamiento en el cual
podríamos haber caído, para “recuperar la
frescura del Evangelio” (Papa Francisco) y anunciar con alegría a Jesús y
el Evangelio. Salir de nuestros esquemas y estructuras anquilosadas y
envejecidas para “oxigenar” la vida
en el encuentro con el otro, quien está esperándonos en una plaza, en una
esquina, en el borde del camino, en la soledad de su sufrimiento, en la
insatisfacción de tenerlo todo y al final no tener nada.
Jesús sale a anunciar el
Reino: Y este anuncio significa predicar a un Dios que está cerca del que
sufre, que invita a una vida mejor y que sana radicalmente el corazón de aquel
que le escucha y le sigue con prontitud. El mensaje que Jesús le proclama a los
galileos y a todos los que le escuchan, es un mensaje eminentemente liberador y
sanador del corazón. Todos los que le escuchan quedan maravillados porque algo
nuevo nace en ellos, una herida ha sido sanada, un corazón ha sido restituido.
Esta misma experiencia, nos cabe prolongar hoy día entre los nuevos “galileos”
a los cuales se les ha de anunciar el Evangelio del Señor Jesús. Para ello es
preciso sentirse de veras enamorado de Jesús, cautivado por su Palabra,
entusiasmado para poder contagiar a los demás con el dinamismo nuevo que
subyace en el escucha atenta del Evangelio.
Hemos de crecer en la conciencia de la urgencia y de lo bien que podemos
hacer a los demás y a la humanidad, en anunciar este tesoro que supone el
Evangelio de Jesús. Y más aún, como dice el Papa Francisco: “El Evangelio tiene un criterio de totalidad
que le es inherente: no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado
a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta
que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino” (E.G. 237). Como
sin duda esta tarea todavía está inacabada, es menester nuestro ponernos manos
a la obra para que el “perfume” del Evangelio impregne a todos los corazones,
muchos de ellos desgarrados y mutilados.
Se trata, simplemente, de no cansarnos de anunciar el kerigma, el primer
anuncio, el que nunca debemos dejar de repetir y que en palabras del Papa
Francisco, se puede leer así: “Jesucristo
te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para
iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (E.G. 164). Un mensaje que
haga renacer, a lo mejor de las cenizas, a aquellos que sienten que las puertas
se han cerrado herméticamente para siempre.
Salgamos, entonces, ahora mismo a nuestra “Galilea”, en donde se sitúa
nuestra experiencia de vida cotidiana y con toda certeza Jesús de nuevo pasará
por nuestra vida y nos llamará a ser “pescadores
de hombres”, de tal manera, que, con prontitud, nos pongamos a seguirlo
como discípulos misioneros, como un día lo hicieron esos hombres sencillos
llamados a orillas del lago de Galilea.
Así como todo comenzó en Galilea, que algo nuevo comience en nuestra
propia Galilea.