EN EL AÑO DE LA FE,
UNA REFLEXION
PARA NUESTRA VIDA.
“He pedido por ti, para que tu fe no se apague”
Lc. 22,32
En el día de ayer, en la fiesta de Cristo Rey, la Iglesia Católica, en el mundo entero, ha concluido
el AÑO DE LA FE, que fue convocado por el Papa Benedicto XVI con el objeto de
celebrar los 50 años de la realización del Concilio Vaticano II y los 20 años
de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. A raíz de esto, se
suscitaron diversas iniciativas, todas ellas, tratando de profundizar este don
de la fe recibido y que necesitamos cada vez profundizar con mayor convicción,
especialmente por la actuales circunstancias que nos toca vivir.
En
este contexto, quisiera compartir con ustedes unas simples reflexiones, sobre
esta virtud teologal de la FE, con el objeto de que ella (la fe), la podamos
vivir a cabalidad y desde las distintas realidades que nos toca vivir.
2.- LA FE, UN DON Y TAREA:
Es
claro a nuestros ojos, que la fe es un DON,
una gracia, un regalo, que hemos recibido de parte de Dios en distintas
horas de nuestras vidas. En algunos este don se hizo evidente desde la primera
hora de la vida, como en otros se hizo más clara esta realidad en la
adolescencia, la juventud, la madurez e incluso en la edad adulta o
sencillamente en la misma ancianidad. Es evidente que Dios, por medio de Jesús,
a través de su Espíritu, puede dar “la
luz de la fe” en distintos momentos de la vida y a través de circunstancias
muy diferentes para cada persona. Incluso yo diría que se puede llegar a la fe
por situaciones muy ambiguas e “imperfectas” por decir un término (tenemos los
casos de personas que reciben la luz de la fe estando en la cárcel, o cuando
viven una enfermedad dolorosa, o cuando experimentan una situación límite sea
en el ámbito familiar, laboral o personal (una adicción, soledad, etc.) En una
palabra, podríamos decir que los caminos de Dios para llegar al ser humano son
muy variados y diversos y cada persona es tocada por el Señor desde un ángulo
muy personal y único.
Junto con ser la fe un DON (algo que no ganamos u obtenemos), también este don comporta una RESPUESTA por
parte del que recibe la FE. La fe hay que alimentarla, formarla,
robustecerla, vivirla, pregonarla, proponerla a los demás y en ese sentido
quien recibe este don está llamado a dar una respuesta CREATIVA, comprometida y
también única y personal, porque corresponde que cada cual, desde su propia
realidad y ambiente, haga un camino de MADURACION de su fe en el Señor. No
basta con recibir este don y quedar sumido en una especie de contemplación
pasiva del don recibido, es muy necesario que cada persona, logre encaminarse a
un compromiso activo de cara a que este don crezca y se haga más operativo y
concreto para las distintas realidades de nuestra vida.
3.- LA FE, COMO ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO:
La fe es en primer
lugar creer en una PERSONA, tener un contacto directo y vivencial con ella y
saberse profundamente amado por quien te ha llamado a su seguimiento y te ha
regalado el don de creer en él. En concreto, la fe presupone o exige que el
creyente haga la experiencia de conocer a JESUS en persona. Que Jesús no sea
alguien extraño o lejano, sino que por el contrario, tenga un trato familiar,
permanente y cercano con el mismo Señor. Es como hacer la experiencia de
Zaqueo, o sea, que Jesús entre en nuestra casa y podamos establecer con él una
relación coloquial que afecte a la realidad misma de nuestra vida. Se trata de
vivir la fe en primera persona, dando cuenta de una experiencia de vida con el
Señor. “Hemos visto y oído y eso venimos a anunciar”, dirá san Juan. Se trata
de ver y oír para poder compartir después con el mundo y en nuestro medio
ambiente la sugestiva persona de JESUS y su Evangelio.
Como discípulos alegres porque han aprendido a valorar
el gran tesoro recibido como don gratuito e inmerecido. «Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una
gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al
llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos iluminados por la luz de
Jesucristo resucitado, podemos y queremos contemplar al mundo, a la historia, a
nuestros pueblos…, y a cada una de sus personas» (Aparecida 18). Necesitamos
reavivar en nosotros la conciencia del don recibido, que nos permita vivir el
gozo de la fe y nos de la capacidad de mirar el mundo con los ojos de Jesús: «La fe no sólo mira a Jesús, sino que
mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su
modo de ver» (Lumen
Fidei, 18).