lunes, 27 de mayo de 2013

SOPLO DE DIOS


Estando con las puertas cerradas, Jesús, Resucitado, sopló sobre los Apóstoles y les regaló el Espíritu Santo. Desde ese  momento todo cambió. Los temerosos se transformaron en hombres valientes y corajudos. Los dubitativos se abrieron a la confianza y a la fe. Los enceguecidos por la mirada miope y cortoplacista en la búsqueda de los primeros puestos, comenzaron a servir a la comunidad con esmero y decisión. Los que habían abandonado al Señor, porque creían todo fracasado, enarbolaron las banderas de la esperanza y el compromiso. Algo había cambiado, algo NUEVO comenzaba a nacer.
 
Aquellos que venían de culturas diversas, en Pentecostés, se hicieron entender porque comenzaron a hablar el lenguaje del amor. Había descendido fuego sobre ellos, no podían seguir igual que antes. Habían sido bautizados en el Espíritu. Comenzaron las gestas heroicas, la misión por doquier, el anuncio explícito del Evangelio a todas las naciones. Nada los podía retener, tenían sobre si una fuerza incontenible que les permitía ser osados, creativos, valientes, perseverantes, mártires, verdaderos discípulos.
 
El Evangelio comenzó a expandirse por todo el mundo hasta ese entonces conocido, una alegre noticia era comunicada a todos los hombres. No tengo oro ni plata, pero en el nombre de Jesús de Nazaret, llega a decir Pedro, pone de pie a un tullido que por años mendigaba a la entrada del templo.
 
Es el tiempo del Espíritu, el tiempo en que Dios comienza a soplar de una manera distinta, el tiempo en que se abren las cárceles por milagro, las multitudes se convierten y los paganos abrazan la fe. Algo nuevo se estaba gestando por todas partes.
 
Es el soplo de Dios que todo lo cambia, todo lo regenera y todo lo hace de nuevo.
 
Este mismo soplo queremos implorar en esta hora de nuestra vida. Lo necesitamos tanto para el mundo, la sociedad y los distintos ámbitos de la vida, como, especialmente, lo necesitamos en el seno de nuestra Iglesia. Aletargada como la vemos, en una crisis de credibilidad fuerte, cuestionada en lo más hondo de su identidad, IMPLORAMOS con toda la fuerza del mundo que el ESPIRITU SANTO, el soplo de Dios, venga hasta nosotros para que podamos comenzar algo nuevo en nuestra vida eclesial.
 
Cuando el Espíritu se hace presente, entonces la liturgia es una fiesta y un compromiso. El apostolado se hace testimonio y servicio al más pequeño. La fraternidad y la comunión se instalan en el corazón de las Comunidades y la diversidad y el pluralismo no son una amenaza, sino un componente necesario para que la vida transcurra a partir de la originalidad, el cambio, la renovación y la búsqueda incesante de lo que el Espíritu está soplando a su Iglesia.
 
No siendo patrimonio el Espíritu de ninguna Iglesia, religión, ni de nadie, caemos en la cuenta de lo necesario que es que su presencia se haga nítida en nuestro quehacer comunitario para así pasar de los legalismos, dogmatismos, moralismos y misticismos alienantes, a una forma nueva de vivir el Evangelio y de proponerlo como camino de vida al mundo y a los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todas las épocas.
 
De ahí, la urgente necesidad que nuevamente Jesús sople sobre nosotros para que comencemos a gestar algo nuevo, aquello que el mismo Espíritu quiere para todos nosotros.
 
Sopla, de nuevo, Señor y regálanos tu Espíritu Santo.