"Cuando estaban en Belén, le llegó el día en que debía tener su hijo.
Y dio a luz su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó
en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la sala común"
Lc. 2, 6-7
Parafraseando a la carta de los Hebreos, Dios nos ha hablado y nos sigue hablando de muchas maneras. Lo hizo a través de los profetas, por los mártires, los místicos y ahora nos lo hace a través de Jesús. ¡Y qué potente se torna hoy su Palabra!
Pues claro.
¿Y de qué nos habla Dios? ¿Desde dónde nos habla? ¿A quién de preferencia le llega su voz?
Dios nos habla con un lenguaje único, original y cautivador. Lo hace por intermedio de Jesús y lo hace con propiedad y autoridad. Por cierto, su lenguaje es casi otro, distinto al nuestro. El suyo nos habla del amor universal, de la fraternidad vivida en igualdad y respeto, del compartir los bienes porque éstos son dados a todos por el Creador, nos habla del respeto a los frágiles y pequeños y nos dice que su anhelo es que todos tengamos vida y vida abundante.
Su lenguaje es una sinfonía suave, melodiosa y cautivante, sin embargo muchos todavía no lo logran percibir en el seno de sus corazones. O prefieren otros lenguajes, más bien belicosos, bulliciosos, extravagantes, de corto aliento.
Y nos habla desde la periferia, el desplazamiento, la minoridad y la simplicidad. Dios nos habla hoy desde un PESEBRE y nos seguirá hablando desde el silencio y la soledad. Se ubica en el margen para que nosotros vayamos al centro y recuperemos la dignidad. Hoy nos habla desde la sencillez y la debilidad. Desde la pequeñez y la bondad. En el pesebre de Belén, como hoy, Dios hace una apuesta: quiere compartir nuestra humanidad para que nosotros compartamos su divinidad. ¡Qué admirable intercambio!
Y serán precisamente los pequeños, los frágiles, los pobres, los contemplativos quienes lograrán captar este nuevo lenguaje y lo harán suyo y lo podrán transmitir a los demás.
Anda, pues, al PESEBRE DE BELEN y contempla el nuevo lenguaje de Dios y procura asumirlo en ti como una propuesta de vida para compartir y desarrollar con los demás.
Recuperemos la osadía de Belén y la profecía del pesebre. En que la paz y la justicia cohabiten, en la que el amor y la solidaridad se tomen de la mano. En la que cada ser humano tenga su espacio y su dignidad por siempre.
En la escuela de Belén, aprendamos, pues, el nuevo lenguaje de Dios.