viernes, 30 de marzo de 2012

¿HOMOFOBICOS?


En estos días, al igual que muchos chilenos, he pensado muchísimo en la tragedia vivida por el joven Daniel Zamudio. Preguntas recurrentes asoman a nuestra mente: ¿Por qué? ¿A qué se debe esta irracionalidad? ¿Hacia dónde camina nuestra sociedad? Somos homofóbicos, quizás por un tema cultural, porque somos parte de una sociedad machista, porque nos gusta discriminar o simplemente por idiotas.

Esta situación límite vivida por Daniel nos hacer pensar de qué manera podemos y debemos construir una sociedad y sobre todo una mente ABIERTA, TOLERANTE Y ACOGEDORA con lo diverso. El que se pone en una situación de supremacía moral le costará muchísimo asomarse al otro como un PROJIMO, un HIJO DE DIOS, o simplemente como un SER HUMANO, lo que era en definitiva Daniel.

Para nosotros que nos decimos cristianos, la clave está en contemplar el comportamiento de Jesús. El supo ACOGER, nunca discriminar, nunca condenar. "Esto es lo que hace Jesús, que no interroga ni pregunta razones ni hace disquisiciones de por qué el que se equivocó se equivocó. Simplemente acoge, se acerca, se deja interrumpir, escucha, toca, sana, libera, levanta. Podría haberle dado un buen sermón a la mujer sorprendida en adulterio, haberle preguntado al menos por qué lo hizo, pero no, simplemente la acoge y la perdona. Y lo hace así porque la ama. Sólo el amor puede acoger y abrazar al otro antes de la comprensión o incluso en plena contradicción (“amen a sus enemigos”, nos dice Jesús). Pero se trata de un amor que es anterior al sentimiento o la decisión, un amor que es imperativo ético que se nos manifiesta en el encuentro con el otro" (Alex Vigueras).

Mi temor es que esta oleada de sensibilidad que se ha creado en torno a este sensible acontecimiento, quede en el mero recuerdo y en pocos días más nadie siquiera se acuerde que un día fue asesinado un joven sólo y exclusivamente por un acto de homofobia y desprecio hacia aquel que se demuestra diverso.

No podemos tolerar que la mala memoria, algo clásico entre nosotros, nos haga olvidar el drama que muchas personas viven al respecto cuando son objeto de actos de homofobia o de discriminación en sus vidas. Nadie vale más o menos respecto del otro. No puede ser la cultura, la raza, la condición sexual, el color, la condición social, la educación adquirida, el barrio donde vives, la religión que practicas, etc., suficientes motivos para hacer del otro un desecho a quien debo eliminar o simplemente ignorar.

Se necesita construir una mente abierta, tolerante, acogedora. No inculpadora, reprimida o moralista. Acogida de corazón y de verdad es la que practicó Jesús, de esa misma actitud es de la que tenemos que impregnarnos nosotros si queremos contribuir poderosamente a que nunca más otro Daniel sea atacado como lo fue este joven.

martes, 13 de marzo de 2012

LA CASA QUE QUIERE DIOS



"Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.

Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre.

La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de "comprar" a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».

Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.

No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.

Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en "vendedores y cambistas" que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre».Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos"

(José A. Pagola)

Es cierto, necesitamos construir una nueva "Casa", con nuevos cimientos, más firmes, más evangélicos, una Casa en donde vivamos la originalidad y simplicidad del Evangelio, en esa Casa donde se vive para servir y en donde cada hermano se reconoce hijo, hermano y servidor. Vamos a pedirle a Jesús que siga manifestando su indignación cuando nos encuentre distorsionando la Casa del Padre, cuando la religión sea el escondite perfecto para buscar el bien personal y para legitimar lo que la sociedad nos va imponiendo cada día. Cuando el culto no es más que un paréntesiss o un apéndice de la vida y que sólo puede estar en función de legitimar prácticas oscuras o lejanas a la práctica evangélica que nos mostró Jesús con su palabra y acción.

Esa Casa está en nosotros poder construirla, sobre todo cuando vivimos bajo el impulso del Espíritu y dejamos que entre aire fresco a nuestras Comunidades.