domingo, 24 de abril de 2011

"EL CRUCIFICADO ES EL RESUCITADO"

¡Está VIVO para siempre!


Que este cirio siga ardiendo para disipar la oscuridad de la noche.

Una nueva creación se hace evidente en el RESUCITADO.










"No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho"



Mt. 28, 5-6





Por todas partes, en todos los rincones de la tierra, en muchas catedrales, basílicas, templos y capillas, nuestras comunidades cristianas, han celebrado el hecho macizo, decisivo y fundamental como es la resurrección de Jesús.

Hay que decirlo desde un comienzo: En Cristo Crucificado y Resucitado, está el fundamento de nuestra vida cristiana. Su Misterio, su Palabra, su Causa, su Proyecto, su Utopía es lo que está VIVO con su resurrección. Nada de él ha muerto. Es, pues, el mismo Crucificado el que ha resucitado. Por eso la información de su resurrección provocó tanto desconcierto y desazón en quienes lo habían aniquilado. No era cualquier resucitado, ¡ERA EL MISMO CRUCIFICADO! y desde que ahí que su Causa no paró nunca más hasta nuestros días. ¡Y nosotros somos testigos de ello!

Desde este punto de vista, celebrar al Resucitado supone para nosotros creyentes caer en la cuenta que su Causa no ha sido derrotada, que ella está viva por siempre y que hacerse parte de esta fe en el Resucitado, presupone hacerla hoy parte de nuestra vida. Su Causa, (el Reino), su Proyecto, su Utopía, por estar vivos en su resurrección, han de definir nuestra fe creyente y el modo de relacionarnos en el mundo y en la Iglesia.

Lo verdaderamente importante será volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido que ha de tener para nosotros la fe en la resurrección y así llegar a tener una fe lúcida. Es hacernos parte de las opciones que Jesús hizo: su actitud ante la historia, su opción por los pobres y excluidos, su propuesta de vida, su lucha decidida por liberar de esclavitudes, su Causa, en definitiva, de esta manera la resurrección no será sólo la contemplación pasiva de un dato del pasado o la celebración de una verdad teórica abstracta de un acontecimiento que no toca las bases de nuestra propia vida.

Con Cristo Resucitado tenemos derecho Y LA POSIBILIDAD, cierta, de levantarnos del sepulcro para mirar el horizonte desde la perspectiva del Crucificado y de la VIDA nueva que se nos ofrece. Con el Crucificado debe morir algo en nosotros. En los laicos, en la Jerarquía, en nuestras Comunidades. Con el Resucitado ha de hacerse evidente el mundo nuevo que anhelamos y también la necesidad de una Iglesia rejuvenecida, renovada, evangélica, espiritual y transformada.

Para ello, es preciso “volver a Galilea”, porque ahí encontraremos al Resucitado.

martes, 5 de abril de 2011

"ANTES ERA CIEGO, AHORA VEO"

¡Pon tus manos sobre mí, Jesús!


¡Abre mis ojos, Señor!

¡Ojos nuevos, ojos humanos, ojos del corazón!

¡Ojos para ver distinto! Como Tú ves.


Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento, el cual se pasaba el día pidiendo limosna en el templo. Era un hombre pobre, limitado, preso de su mal de nacimiento y por ende una persona herida en su dignidad como ser humano. Pero todo cambia para él, cuando Jesús pasa por su vida y se hizo cargo de su experiencia de dolor, abandono y marginalidad, cambiándole, así, para siempre su vida. Es la experiencia de un hombre que en el encuentro con Jesús tiene acceso a la luz la que había estado vedada para él desde su nacimiento.


Este hecho provoca el desconcierto de muchos. De su familia, de sus amigos, de la gente del pueblo, de los fariseos y de los poderosos. No atinan a comprender el cómo este hombre ha pasado ahora de la ceguera a la luz, se ha puesto de pie, ahora puede ver y ya no necesitará seguir esclavizado por ese mal que le atormentaba desde sus inicios.


De la ceguera física y espiritual, pasa a la visión de los ojos y del corazón. Recibe la luz de la fe, comienza a engendrarse en él un hombre nuevo. Del hombre atormentado, se proyecta un nuevo ser, un nuevo ser humano, alguien que se ha levantado de su esclavitud y ahora puede andar por la vida con una nueva visión, con nuevos ojos, en una nueva dimensión de vida. Ha recibido la luz de la fe y por eso se postra delante de Jesús para reconocerlo como a su Señor.


Esa experiencia necesitamos hacer nosotros también.


¡Qué duda cabe! Ciegos como podemos estar, necesitamos que Jesús nos abra los ojos para ver de forma distinta lo que pasa a nuestro alrededor. Necesitamos adquirir una nueva mirada para ver lo que nuestra materialidad como humanos no nos permite ver. Esta ceguera que sólo nos lleva a mirar nuestros pequeños intereses personales y corporativos (situación actual de la Iglesia), ceguera que no nos permite visualizar lo que nos conviene en los diversos planos de la vida. Un hombre que se gasta el dinero en alcohol y no en alimento para su familia, está ciego. Un consagrado que se asila en su condición para manipular y coaccionar a sus hermanos, está ciego. Alguien que pasa por la vida y no ve las demandas de los pequeños, también está ciego.


Mons. Romero, abrió los ojos cuando vio la realidad de miseria de su pueblo y fue mártir. Teresa de Calcuta, abrió los ojos cuando encontró a una mujer moribunda en las calles de Calcuta que era comida por ratas y hormigas y agonizaba. Francisco de Asís abrió los ojos cuando abrazó al leproso. Y así.


En esta hora necesitamos urgentemente ABRIR LOS OJOS y tener una fe madura y adulta. No más espejismos. No más infantilismos religiosos. Que Jesús nos pueda abrir los ojos para que se proyecte una nueva dimensión en nosotros. La del creyente. La del que, sabiéndose ciego, recibe la luz que Jesús nos puede dar.


De esta manera, podremos decir con el ciego de nacimiento: “Yo era ciego, pero ahora veo” (Jn. 9,25). Gracias a Jesús.