jueves, 25 de septiembre de 2008

¡A TRABAJAR SE HA DICHO! NO TE QUEDES OCIOSO SIN HACER NADA.



“¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?”.
Ellos le respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’.
Entonces les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”.

(Mt. 20, 6-7)


Jesús nos cuenta una parábola sobre el reino de los cielos en el marco de una realidad bien conocida en su época (por desgracia, también en la nuestra): el desempleo y el subempleo. Por eso el texto está ambientado en torno a una plaza donde hay muchos “cesantes” esperando una oportunidad de trabajo.

Al respecto, se señala que son muchos los contratados para ir a trabajar a la viña: Unos, en la madrugada, (éstos por un denario al día, o sea el jornal que ganaba un obrero en aquella época), otros, a las nueve de la mañana, al mediodía, a las tres y por último a las cinco de la tarde. Todos con la misma misión: ¡VAYAN A MI VIÑA!

Bajo el marco de este texto, saquemos algunas enseñanzas que nos pueden estimular en nuestra caminata de fe.

También hoy, y con la misma urgencia de entonces, DIOS NOS LLAMA PARA QUE TRABAJEMOS EN SU VIÑA. Todos somos útiles y necesarios en el desafío de construir una sociedad que sea capaz de armonizar en sí los valores que Jesús un día nos vino a predicar y por los cuales en definitiva murió. Que nadie sienta que su esfuerzo no es válido porque ha sido llamado a última hora. Que nadie se sienta, además, exento de esta obra misionera que nos espera y nos urge a todos. ¿Por qué quedarse “parados en las esquinas de brazos cruzados” cuando hay tanto compromiso que vivir y tantos ideales por los cuales luchar cada día? Por cierto, ¡LA VIÑA TE ESPERA!

De igual forma, hemos de considerar que Dios NOS LLAMA EN DISTINTAS HORAS DE NUESTRA VIDA. A cada momento El está pasando por nuestras vidas y si nos encuentra pasivos y desocupados, entretenidos en un mundo superfluo y “light” también nos volverá a decir: “vayan a mi viña”. La hora del llamado puede ser distinta para cada cual, para unos habrá sido desde su tierna infancia; para otros en la “rebeldía e idealismo” de la juventud; para otros en la hora de los compromisos cuando se es adulto y, quizás para otros, en el ocaso de su vida. Sólo que en cualquier momento, el desafío será el mismo: SALIR DE NOSOTROS PARA ASUMIR UNA TAREA PROPIA E INELUDIBLE.

Por último, Dios quiere ser bueno con todos, por eso al que contrata último le paga lo mismo que al primero que se llevó el peso de la jornada. Desde un punto de vista humano, nos puede resultar injusto, sólo que para Dios lo que vale es su bondad y su magnánimo corazón. En este sentido, no corre aquí una “espiritualidad del mérito” que nos puede condicionar en nuestra opción creyente, como que si nos pudiéramos “ganar” el favor de Dios por lo que hacemos, o que podemos ser merecedores de ciertos privilegios, sino que tenemos que aprender a vivir una “espiritualidad de la gratuidad” en donde todo es regalo, don y gracia. Por eso se entiende entonces cuando Jesús nos dice que “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. Y esto es simplemente así porque Dios es bueno.

Así pues, vete a trabajar a la viña en esta hora de tu propia vida y no te demores más. ¡LA VIÑA, EL MUNDO, ESPERA POR TI!
¡No faltes a la cita!

lunes, 15 de septiembre de 2008

PERDONAR, PERDONAR, SIEMPRE PERDONAR


Jesús nos da la fuerza para perdonar, como El lo hizo.



Debemos estar dispuestos a reencontrarnos con el ofensor.


La ofrenda tiene sentido cuando estamos en paz con el prójimo.


El sacramento hace visible la misericordia infinita de Dios
y la voluntad personal de volver a la Casa del Padre.



El abrazo de paz como don y tarea.



Unamos nuestras manos para volver a crear fraternidad.



La misericordia de Dios posibilita nuestro perdón.

EL PERDON EN NUESTRA VIDA
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“Se acercó Pedro y le dijo a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces
tendré que perdonar a mi hermano las ofensas
que me haga? ¿Hasta siete veces?”
Jesús le respondió: No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete”

(Mt. 18, 21-22)


Escribo estas letras con el corazón en la mano. Claro que sí, porque hablar del perdón no es cosa fácil. Lo hago con la conciencia que de continuo he de hacer esta experiencia en mi propia vida. Perdón, por escribir del perdón, pero me parece una experiencia de fe altamente necesaria que vivamos.

El perdón hunde sus raíces y tiene su fundamento en el perdón sin límites de Dios. El en su compasión y misericordia infinitas, nos da la fuerza y nos capacita para vivir esta experiencia con aquel que me ha ofendido y me ha herido. Es por lo mismo una GRACIA, un DON que he de suplicar a Dios y que al mismo tiempo presupone el esfuerzo humano.

Este es una expresión más del amor, mandamiento nuevo que nos ha dejado el Señor, y que nos invita a estar prontos para perdonar al hermano porque de lo contrario ¿cómo presentar la ofrenda en el altar, advertidos que tenemos algo contra alguien y no dejar la ofrenda e ir a reconciliarnos con esa persona y después presentar la ofrenda al Padre en el altar? Siendo el perdón una experiencia compleja, difícil, es también posible y necesaria. Supone, por cierto, un proceso de maduración y discernimiento, pues nadie puede perdonar de corazón y sin límites de la “noche a la mañana”. De alguna manera, como dice Benedicto XVI, “el perdón cuesta algo, ante todo al que perdona: tiene que superar en su interior el daño recibido, debe como cauterizarlo dentro de sí, y con ello renovarse a sí mismo, de modo que luego este proceso de transformación, de purificación interior, alcance también al otro, al culpable, y así ambos, sufriendo hasta el fondo el mal y superándolo, salgan renovados” (Jesús de Nazaret, p. 195).

Siendo el perdón una exigencia para los cristianos, estamos convencidos, además, que el perdón hace posible las relaciones humanas en un plano meramente horizontal de nuestras relaciones de convivencia. Sin perdón entramos en una espiral interminable de “pasadas de cuentas”, (al marido, a la esposa, al hijo, al amigo, al compañero de labores, etc.) hacia aquel que nos ha ofendido. Así, no hay convivencia posible, por eso, hace bien perdonar y ejercitarse de continuo en esta dinámica de vida.

¿DE QUE PERDON ESTAMOS HABLANDO?

Según Mt. 18, 21-35, el perdón exigido por Jesús, tiene tres aspectos: ES SIN LIMITES, es decir, sin condiciones, siempre. Estar dispuesto a perdonar siempre, aunque me duela, y porque me duele tendrá más valor. Se trata de tener esta voluntad de perdonar cada vez que sea necesario. A veces decimos “esta es la última vez que te perdono”, con ello ya nos estamos cerrando a la posibilidad de vivir nuevamente esta experiencia que Dios hace con nosotros a cada momento.

El perdón ES RECIPROCO. Cuando le pido a Dios algo (“perdona nuestras ofensas …) es porque quiero estar capacitado para perdonar también a quienes me han ofendido. Necesitamos tener un grado de coherencia. ¿Cómo pedirle a Dios (que perdone nuestras ofensas) lo que no estoy dispuesto a realizar yo mismo en mi vida (perdonar a quienes nos han ofendido)? Porque Dios me perdona una gran deuda, así también yo debo perdonar una ínfima deuda a mi hermano.

ES DE CORAZON. Con todo el ser, no de labios hacia fuera, porque si es así, es que en el fondo todavía no se ha perdonado de verdad. Sin que esto me hiera ya en mi ser. No se trata de estar pasando la factura a cada rato a quien me ha ofendido, sino que perdonaré de corazón cuando la ofensa ya no me hiera, ya no me duela y haya sacado ese puñal que un día me enterraron y esa herida esté ya cicatrizada.

Anselm Grün (“Si aceptas perdonarte, perdonarás, p. 48) propone unos pasos para perdonar de corazón, los cuales hay que vivirlos uno por uno, a saber: “dejar que se manifieste libremente el dolor que el ofensor nos ha causado; dar vía libre a la indignación y rabia que se agitan en nuestro interior y gritan contra el que me agravió; intentar formarnos un juicio objetivamente valorativo de todo lo que ha pasado; y el cuarto paso, es la liberación del poder del otro. Mientras no perdonemos a uno le estamos dando poderes sobre nosotros porque permanecemos interiormente atados a él”.

Por fin, más allá de cualquier proceso ha vivir, el perdón es gracia y por eso siempre tendremos que decir con Jesús, el hombre libre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu … perdónalos porque no saben lo que hacen”.

DOS JOVENES DAN SU VIDA


Amor sin límites, hasta dar la vida.



Los jóvenes buscan la paz y la reconciliación.



La oración sea el motor de tu vida juvenil.



Misionero en el lugar donde te toca vivir.



Junto a los jóvenes construyendo un país de hermanos.





Cristo encabeza el caminar de los jóvenes.


"No hay amor más grande que éste: dar la vida
por sus amigos"
(Jn. 14,13)


CUANDO LA VIDA SE GANA PERDIENDOLA
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En el cerro “La Pólvora” de Concepción, dos jóvenes bomberos, Jonathan (23) y Aníbal (21), dieron su vida por intentar salvar la vida de la señora Adriana (76), que había quedado atrapada en un voraz incendio que se desencadenó en dicho lugar.

Los funerales de estos jóvenes fueron apoteósicos y llenos de emoción. Bomberos venidos de distintos puntos del país, se hicieron presentes para solidarizar con las familias de ambos jóvenes y dejar estampada en la memoria colectiva, la generosidad sin límites de Aníbal y Jonathan que no dudaron en sacrificar su propia vida en el servicio al prójimo.

Esto es el cristianismo: Dar la vida por los demás, como lo hizo Jesús en la cruz.

Que el testimonio de estos jóvenes nos lleve a reivindicar a los jóvenes que muchas veces son estigmatizados por su errores y desaciertos y su inmolación sea para todos nosotros un toque de alerta para estar siempre disponibles a dar la vida por los demás, como nos lo pide Jesús y como lo hicieron Aníbal y Jonathan, como bomberos en el Cerro “La Pólvora” de Concepción.

Ahora estos jóvenes han ganado la vida para siempre. Así es, la vida se la gana, cuando se la pierde en bien de los demás.

Es la lógica de Jesús.

martes, 9 de septiembre de 2008

¿DONDE ESTA TU HERMANO?


Cerca del hermano, con la delicadeza de Jesús.




Que en tu camino encuentres a alguien que te ayude.



CUANDO EL HERMANO NOS IMPORTA
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“Si tu hermano ha pecado contra ti, anda a hablar
con él a solas. Si te escucha, has ganado
a tu hermano”

(Mt. 18,15)
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La predicación de Jesús, rara vez tenía una dimensión casuística, es decir, que cayera en el detalle específico de casos concretos, más bien El solía dar los principios generales para vivir su Evangelio. Pero en este capítulo 18 de Mateo, que es el cuarto discurso acerca de cómo ha de vivir la Comunidad cristiana, sí, que nos entra a precisar algunos detalles de cómo se ha de verificar lo que se llama la “corrección” o promoción fraterna con el hermano que se ha salido de la vivencia del Evangelio.

La premisa básica que inspira este texto, es que TODOS SOMOS RESPONSABLES DE TODOS en la vida comunitaria, en donde hemos de ser solidarios en el camino que cada cual está realizando en su vida cotidiana. Este factor nos alerta contra todo tipo de indiferencia, pasividad, cobardía, complicidad, tibieza, o comodidad que pueda darse al interior de un grupo humano cuando evidentemente alguien no está viviendo bien su vida. Muchas veces se escucha decir: Y tú ¿por qué te metes en mi vida?, o por el contrario, ¡yo no me meto con nadie, no me interesan las demás personas! Ni lo uno, ni lo otro. Somos o debemos ser solidarios, unos con otros, en el camino que hacemos cada día.

La corrección al hermano, ha de darse cuando éste se ha alejado del estilo de vida que presupone el ser discípulo de Jesús. Cuando las exigencias éticas que configuran el ser discípulos, no se están llevando a la práctica. En ese momento, se hace necesario ejercitarse en esta acción comunitaria, que es una dimensión del amor fraterno que han de vivir los hermanos en la Comunidad.

¿CON QUE ESPIRITU HA DE REALIZARSE LA PROMOCION FRATERNA?

Es evidente que la corrección no puede hacerse de cualquier manera. Lo fundamental será que ésta se realice en un contexto donde prime la caridad fraterna y el amor por el hermano por encima de todo y en un clima de confidencialidad y mucho respeto y sin hacer ostentación de superioridad moral frente al hermano. Es decir, porque quiero a mi hermano y sólo en cuanto se da ese criterio, entonces me preocupo de él. Sólo el amor es eficaz y puede llevar al cambio a una persona. La corrección debe buscar el crecimiento del hermano (por eso se llama también “promoción”). No se trata de dejar al hermano sumido en el fondo del precipicio, sino de levantarlo (“salvarlo” dice el texto bíblico) para que éste haga de nuevo el camino del discipulado. Se busca que se transforme en una nueva persona, que vuelva a ser discípulo de Jesús.

En este sentido, la corrección debe realizarse de manera delicada y prudente. No se busca el escarnio, el apocamiento o el empequeñecimiento del hermano, sino que este hermano se haga consciente de su camino errado, recapacite y se ponga en la ruta de una vida más plena e integral.

Desde este punto de vista, podríamos exclamar ¡qué falta nos hace ejercitarnos de continuo en esta página bíblica! Nos hace falta vivirla en nuestras familias, cuando a veces prima la indiferencia o el temor por no importunar a algún miembro de ésta y en nuestras Comunidades, donde sencillamente a veces nos vence el temor, la pasividad o la falta de coraje y preferimos “mirar para el lado” y hacer como que aquí no ha pasado nada. Algo que también suele suceder en nuestras casas cada día.

No podemos decir como Caín cuando Dios le pregunta por su hermano Abel, ¿soy acaso el guardián de mi hermano? Por cierto. Somos o debemos ser guardianes unos de otros. Cuidarnos, protegernos, acompañarnos. Eso es signo de amor fraterno y se agradece muchísimo cuando uno encuentra un hermano, que con cariño y respeto, nos habla al corazón y nos introduce de nuevo en la ruta del Evangelio y de la Comunidad.

Por eso, se tú mismo GUARDIAN de tu hermano cada día para que también lo sean contigo en el día a día de tu vida.

lunes, 8 de septiembre de 2008

DONDE HAY DOS O TRES REUNIDOS EN MI NOMBRE

La oración común vitaliza la vida de la Comunidad.


El Espíritu Santo nos pone en sintonía con Dios.



Somos piedras vivas de la Iglesia.




"Yo estoy presente en medio de ellos"

(Mt. 18,20)


Nuestras Comunidades Eclesiales deberían ser “escuelas de oración”. Me temo que no lo son.

Nuestras familias deberían ser “iglesias domésticas” donde aprendemos a orar. Me temo que muchas veces no lo son.

Nosotros, los cristianos, cada cual, deberíamos ser hombres y mujeres que intimamos de continuo con el Padre. Me temo que no lo hacemos con regularidad.

Por eso:

Tenemos tarea por delante para añadirle consistencia a nuestra vida interior. Si no lo hacemos, seremos como las hojas que caen en otoño que son llevadas por el viento de un lado para otro.

Pidamos este DON. ¡Y ejercitémonos en el arte de la oración! Mas bien, busquemos espacios para sentir el silencio que nos habla. Para ello, entremos en nuestra pieza, cerremos la puerta y oremos a nuestro Padre, como nos dice Jesús.



DEJA QUE SUS OJOS TE MIREN


Déjate impregnar por esa mirada llena de amor y ternura
que Jesús te dirige en este momento.

Sí, a ti, a ti que eres frágil, dubitativo y pequeño(a),
HOY y cada día, te dirige esa mirada de cariño
y llena de predilección.

Y nuevamente te vuelve a decir:

¡VEN Y SIGUEME!

lunes, 1 de septiembre de 2008

HABLEMOS DE SEDUCCION


Jesús sale a tu encuentro cada día



Coloca tu corazón en Jesús



Como una madre ama a su hijo, así te ama Dios.




Que tu corazón arda de amor.


"¡Tú me has seducido, Señor,
y yo me dejé seducir!"

(Jer. 20,7)


Desde todas partes y de distintos modos, muchos quieren atraer nuestra atención y cautivar el sentido de nuestras opciones. Somos seducidos por una amplia gama de ofertas y de estilos de vida, en el cual se asoman a nuestra ventana una diversidad de caminos que pretenden copar nuestro corazón y todo nuestro ser. Sin ir más lejos, una propaganda de un conocido café nos dice: “Déjate seducir por un sabor único y un aroma incomparable”. Y así, suma y sigue.

En este mismo sentido, también Dios quiere seducir y copar enteramente nuestro corazón y toda nuestra vida. Fue también la experiencia del profeta Jeremías, que ante la resistencia de su parte para asumir su vocación de profeta, se siente “forzado”, casi violentado por Dios, para no escapar de El, llegando a hacer patente esa experiencia personal que vivió con Dios con esta revelación: “Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir”.

De eso trata en definitiva, la relación que cada cual ha de tener con Dios. Asumir que Dios quiere seducir nuestro corazón y todo nuestro ser y dejarse seducir por El, tanto como el que enamora a alguien y se deja enamorar por esa persona.

¿Podré decir con propiedad hoy que Dios me ha seducido y que me he dejado seducir por El? Si hablamos de una vida cristiana, vivida desde la óptica de ser “discípulos misioneros” (como nos exhorta Aparecida, en Brasil), es imprescindible que hagamos esta experiencia de amor. La fe no sólo se profesa con la boca (como lo había hecho Pedro en Cesarea de Filipo), sino que tiene que ser una profesión hecha con la vida, (como nos pedía el evangelio de este domingo), de tal forma que seguir a Jesús, sea la expresión fehaciente de que El es nuestro Maestro, en donde nos ponemos DETRÁS DE EL, volvemos a ser discípulos y le seguimos hasta Jerusalén, dispuestos, incluso a tomar la cruz y dar la vida si así fuese necesario.

Seducir, suena a enamorar, cautivar, encantar, atraer. Esa es la experiencia cristiana que debemos realizar todos los que adherimos a Jesús. Es decir, una fe que nace de un encuentro personal con el Señor. Sentir que Alguien nos ha cautivado y que ha provocado una conmoción interior en nuestro ser. Que ha llegado a nuestras fibras más íntimas y que ha dejado una huella indeleble en nuestro ser. En suma, Alguien (Dios) que nos ha seducido por completo.

Pidamos esta gracia que vivió Jeremías y estemos abiertos para que el Señor nos seduzca y nosotros nos dejemos seducir por El.

Si eso ocurre, entonces viviremos plenamente la alegría y belleza de ser cristianos. Nuestro corazón se dilatará y estará lleno de amor y de encanto porque Dios nos ha atrapado con su amor, y este sabor único y aroma incomparable (de la propaganda), será nada más y nada menos que el mismo Cristo Jesús, el Señor.